MundoReal
CARTAS DE UN TERRÁQUEO AL PLANETA BRASIL
INTRODUCCIÓN
Olavo de Carvalho
Me siento muy feliz con la publicación de esta compilación y le agradezco a la Associação Comercial de São Paulo, principalmente en las personas de Guilherme Afif Domingos, Marcel Solimeo y Moisés Rabinovici, por el reconocimiento público de la utilidad del esfuerzo que he emprendido en la columna Mundo Real del Diário do Comércio. En un país donde tantos suelen alabarme en privado para después salir negando que me conozcan, ese homenaje supone una cuota nada despreciable de bravura y honradez. Lo que más me agrada en ello es que sus beneficios se extienden para mucho más allá de la persona del homenajeado, contribuyendo decisivamente para ampliar y consolidar los efectos que él viene buscando lograr con su labor. Ellos son tres:
1 Concienciar a los brasileños cuanto al fenómeno de la existencia, actuación y peligrosidad del Foro de São Paulo, evidenciando el carácter esencialmente criminal de una entidad en que políticos, terroristas y narcotraficantes, a salvo de la observación del público, engendran planes en común hacia la conquista del poder total en el continente.
2 Alertar los lectores cuanto al fraude periodístico general y persistente que por dieciséis años ha ocultado ese fenómeno y, una vez traspasada la cortina de silencio, se dedica ahora a tentar disminuirlo ex post facto para atenuar el escándalo de su propia complicidad criminal.
3 Colocar a la disposición de los lectores nuevos conceptos de filosofía política adecuados a la comprensión de esos dos fenómenos en el cuadro del poder mundial en formación.
Paso a analizar brevemente esos tres temas.
1. El gobierno secreto.
Reuniendo los partidos legales de izquierda con organizaciones terroristas y cuadrillas de narcotraficantes de todos los países de Latinoamérica, el Foro de São Paulo es la organización política más poderosa que ya ha existido en el continente. A lo largo de la historia latinoamericana, ningún otra entidad jamás ha congregado a tantos líderes, jefes de Estado, capos mafiosos y comandantes guerrilleros en común esfuerzo para la tomada del poder en escala continental. Solamente una de las entidades implicadas – las Farc – Fuerzas Armadas Latinoamericanas de Colombia – logró tener recursos económicos y bélicos superiores a todas las fuerzas armadas de la región.
En términos de lógica y discernimiento, cualquier tentativa de negar o cuestionar la importancia esencial de esa entidad para la decisión del rumbo de la historia continental es una completa locura o una mentira interesada. No creo ser admisible cualquier discusión cuanto a esa cuestión.
Tampoco veo como negar, por vías racionales, el carácter intrínsecamente criminal del propósito. El caso de las Farc lo ilustra con elocuencia clamorosa. Mientras salían a flote las pruebas de que la narcoguerrilla colombiana suplía el mercado nacional con doscientas toneladas anuales de cocaína, el entonces candidato presidencial Luís Inácio Lula da Silva se reunía discretamente con los jefes de esa cuadrilla para tratar de intereses estratégicos comunes y todavía firmaba proclamas a favor de los delincuentes. Investido en la presidencia, él siguió participando de los encuentros a través de su asesor Gilberto Carvalho, cambiando gentilezas y favores con los mega-delincuentes, montando con ellos un esquema de poder de dimensiones continentales, al mismo tiempo que la policía brasileña denunciaba la presencia de agentes de las Farc en las bandas de criminales que sembraban el terror en las calles de São Paulo e Rio de Janeiro.
2. La fabricación del secreto.
En cualquier país normal, los políticos implicados en esa trama macabra serían denunciados, expuestos a la execración pública, presos, juzgados y condenados. El problema fue que esos políticos eran muchos y precisamente aquellos en que los medios de información habían jugado la suerte del país como portadores ungidos de la redención nacional. Si los hechos fuesen divulgados, si los crímenes fuesen juzgados según su gravedad objetiva, la decepción nacional con los partidos de izquierda seria mucho más de lo que fue ante la simple revelación de casos de corrupción vulgar, aún que en escala mastodóntica. Seria el fin de la izquierda brasileña. Pero en aquella altura ya no había ninguna derecha organizada capaz de ocupar su lugar, y los pocos derechistas aislados que aún sobrevivían en el escenario nacional eran los célebres “hijuelos de la dictadura”, a quienes la prensa en peso odiaba más que a la peste. Ante la perspectiva abominable de una “vuelta de la derecha”, los autonombrados gerentes de la opinión pública concluyeron que era mejor hacer de cuenta que no habían visto nada y desviar el foco de todas las discusiones para temas laterales y secundarios. Fue en ese momento que Brasil renunció, definitivamente, a ser un país normal. Prefirió la negación psicótica de la realidad, zambulléndose de cabeza en la alienación y en la disimulación.
Por caridad, no piensen en sugerirme que esa formidable articulación de silencios fue coincidencia, mera coincidencia. No es humanamente concebible que tantos directores de periódicos, revistas y canales de TV, tantos jefes de redacción, tanto reporteros ávidos por escándalos, tantos comentaristas políticos iluminados se hayan dormido en unísono a lo largo de dieciséis años, con inocencia de bebés recién nacidos, no obstante todos los avisos y pruebas que yo iba difundiendo en los medios de comunicación, a pesar de tantos alertas y furiosos mensajes de protesta que les envié durante ese período. Ese monumental desliz colectivo, esa formidable conjunción de distracciones hubiera constituido la más vasta epidemia de ineptitud ya vista en la historia del periodismo universal. Por sí, ella bastaría para desmoralizar totalmente la clase periodística brasileña, para eliminar cualquier vestigio de credibilidad que le restara, para suprimir cualquier pretexto, por más mínimo, que el público aún tuviera para creer en los medios de comunicación nacionales.
Pero no fue eso lo que pasó. Los medios de comunicación brasileños no pecaron por una dosis bestial de incompetencia, pero por una cuota aún mayor de perfidia y cinismo. Busquen en la Historia y no encontraran caso similar de amputación política del noticiero en tan amplias proporciones y por tiempo tan largo en ningún país democrático del mundo. Hallarán algunos, claro, en los regimenes totalitarios de la URSS, de China y de Alemania nazista. Imitarlos en un régimen democrático, un echo casi imposible, es una gloria que nadie puede negarle al periodismo brasileño.
3. Comprendiendo la situación
Fenómenos tan monstruosamente anormales no ocurren apenas por ocurrir, apenas porque sí. Reflejan corrientes profundas del suceder histórico, que en ellos se manifiestan de manera parcial y fragmentaria, sin que el público, por la pura visión de las novedades de superficie, consiga atinar con la unidad del proceso subyacente.
La dificultad que se presenta es doble. De un lado, pueden faltar las informaciones esenciales. Bajo un raudal de noticias esplendorosas, los hechos verdaderamente importantes escapan a la visión de los medios diarios, que son la principal fuente de informaciones hasta para el estrato culto de la población. Por otro lado, faltan los conceptos articuladores que puedan colocar esas informaciones en perspectiva inteligible. Faltan porque las claves explicativas más usuales que circulan en el debate nacional están todas viciadas: unas fueron concebidas para situaciones anteriores y más esquemáticas, otras son estereotipos sin el menor alcance cognitivo, otras, aún, son meros eslóganes de propaganda electoral. Nunca la situación del país ha sido más compleja, y nunca los instrumentos intelectuales usados para discutirla han sido más sencillos.
El desnivel entre la inteligencia nacional y los nuevos problemas puestos por las transformaciones histórico-culturales, políticas y económicas del mundo en los últimos treinta años fue aún ampliado por el hecho de que, justamente en ese período, la conquista de la hegemonía cultural y periodística por la izquierda en ascensión restringió las instituciones culturales a nada más que centros de formación de militantes, destruyendo toda posibilidad de vida intelectual. No es preciso decir que hasta mismo los conservadores y liberales fueron afectados en el proceso, a la medida en que, disputando en terreno previamente demarcado por el adversario, consintieron en limitar el debate nacional a la esfera de los temas económicos inmediatos que les designaba la propia izquierda. El prejuicio que cogieron con eso fue doble: por un lado, le entregaron a la izquierda el monopolio del temario cultural y moral de mayor interés público; por otro, limitaron dramáticamente su propio horizonte intelectual, bloqueando el acceso a la comprensión de las transformaciones mayores en el escenario mundial.
Era, en fin, toda una cultura premoldeada por la hegemonía izquierdista – que se oponía al trabajo de la inteligencia para lograr una visión adecuada del actual estado de cosas en el país y de las causas internacionales que lo determinaban.
Elevar los hombres por encima de las limitaciones de la cultura ambiente es tarea por excelencia de la filosofía. Nada que ver con la “crítica cultural”, un melindre inventado por la escuela de Frankfurt. La crítica cultural consiste en solapar las bases de una cultura, pero proclamando a la misma vez que el ser humano no puede libertarse nunca de ella, restando apenas, por tanto, estimular todo cuanto exista en ella de negativo, de maldoso, de criminal, para transformarla en una cultura de odio a sí misma, en una contracultura. Es la idea hegeliana del “trabajo negativo” transformada en activismo cultural. Una de sus prácticas más características es desvalorizar la cultura vigente a través de comparaciones despreciativas con otras culturas, otorgándole a estas últimas el beneficio del relativismo y exprimiendo aquella entre las exigencias drásticas del moralismo absoluto. La crítica cultural inventó y diseminó la “guerra asimétrica”.
El análisis filosófico, al contrario, cree que cualquier individuo puede trascender las limitaciones de su cultura, pues, si así no fuera, toda comparación entre culturas seria imposible. El teatro griego, antepasado inmediato de la filosofía, ya elegía de vez en cuando a un extranjero como héroe del enredo trágico, para enseñarle a la platea que la compasión era universal, no limitada por fronteras nacionales o culturales. La negación fácil de la posibilidad de conocer verdades universales, la sujeción completa del hombre al condicionamiento cultural, ya es un crimen contra la inteligencia. La crítica cultural agrava ese crimen al echar la cultura contra sí misma y aprisionar a los hombres en un enmarañado insoportable de conflictos del cual buscarán desahogo junto a explosiones revolucionarias completamente vanas.
Cierta vez, una muy cretina presentadora de la televisión, para hacerme celos, dijo que el mejor crítico cultural brasileño era Sergio Augusto. Concordé. No soy ni jamás seré un crítico cultural. Para ello sirve cualquier Sergio Augusto. Mi quehacer no es transformar la cultura en una trampa. Es hacer que los hombres vislumbren allende su cultura, es mostrarles que la trampa no existe excepto como ilusión hipnótica.
Para despertarles de la somnolencia hipnótica de la cultura brasileña actual, era preciso reconstruir de arriba abajo un panorama de la historia infectado de manías marxistas inconscientes.
El trabajo teórico que he implementado para ello está registrado en grabaciones y apostillas de cursos y conferencias proferidas en el Centro Universitario da Cidade do Rio de Janeiro en la década del 90 y sobretodo en Pontifícia Universidad Católica do Paraná entre 2001 y 2005. Los artículos que he publicado en Diário do Comércio, y que constituyen el núcleo de esta edición del Digesto Econômico, son la ilustración práctica de los conceptos y métodos allí expuestos. Claro está que pueden ser leídos y comprendidos sin ese respaldo teórico. Si aviso de su existencia, es para destacar que nada en aquellos artículos resulta de opinión desatada, efusión momentánea de impresiones personales. Todo en ellos – excepto, evidentemente, algún lapso debido a la prisa de la redacción periodística o a desatenciones del autor – tienen razón de ser, ni siempre declaradas, que retroceden hasta los fundamentos últimos del problema abordado, lo que quiere decir que, por principio, para cada afirmación vertida allí hay todo un respaldo de pruebas lógicas y documentales que no son presentadas por extenso en el cuerpo del texto, pero que, en su mayor parte, ya han sido desarrolladas oralmente en cursos, debates y conferencias, y que podrán ser expuestas nuevamente en caso de necesidad.
Con respecto a los fundamentos teóricos, los de mayor importancia práctica para los breves análisis expuestos en los artículos son el atomismo histórico-sociológico, la teoría del sujeto de la Historia, la teoría de las castas y la teoría de los cuatro discursos.
El primero es un precepto metodológico según el cual toda generalización histórico-sociológica que no pueda ser descompuesta analíticamente hasta los mínimos actos y personajes individuales cuya sumatoria la compone, no pasa de una figura de lenguaje, generalmente engañadora.
Si, por ejemplo, al acompañar el consenso historiográfico vigente (creado por los marxistas), decimos que en la Revolución Francesa de 1789 “la burguesía tomó el poder”, esa oración solo hará sentido si pudiéremos señalar, entre los líderes de ese movimiento, una cantidad significativa de emprendedores capitalistas. El hecho es que allí no había prácticamente ninguno. La Revolución Francesa fue un movimiento anticapitalista y antiburgués, determinando a largo tiempo el rumbo acentuadamente estatalizante y socializante tomado por la economía francesa y provocando inevitablemente con eso la decadencia del país que era el más rico y poderoso del mundo. El mito de la “revolución burguesa” talvez sea el fantasma más asombroso que ya se ha apoderado de la mente de los sociólogos e historiadores brasileños, inculcando en ella una infinidad de errores letales en la interpretación de nuestro pasado y presente.
La teoría del sujeto de la Historia enuncia que ningún grupo, comunidad o entidad de cualquier naturaleza puede ser el agente de la transformación histórica si no atendidas tres condiciones: (1) debe tener una unidad real y no apenas simbólica y analógica; (2) esa unidad debe ser suficientemente fuerte para determinar de por sí los valores, preferencias y selección de los individuos que la componen; (3) debe continuar existiendo por el tiempo preciso para garantir una continuidad de acción allende al período de vida de esos individuos. Aunque escapen casi siempre a la visión de los intérpretes sociológicos de la Historia, esas condiciones son obvias tan pronto enunciadas. En verdad ellas son el único contenido identificable del concepto mismo de acción histórica. Basta un examen superficial para evidenciar que, entre los habituales “sujetos de la Historia” – las clases, las naciones, los Estados, las razas, las culturas – no están contempladas de manera alguna las tres juntas, o sea, no son ellos los auténticos sujetos de la historia, pero apenas sombras proyectadas por los verdaderos agentes. Sujetos de la Historia, en sentido estricto, son solamente los siguientes: (a) las iglesias y sectas religiosas; (b) las sociedades místicas, iniciáticas y esotéricas; las dinastías aristocráticas y oligárquicas; (d) los movimientos políticos organizados como sectas religiosas o sociedades esotéricas. No existe un quinto agente histórico (el estudio de los factores históricos extra-humanos, naturales o sobrenaturales, es un tema en separado, de larga explicación para abordarlo aquí). Las naciones, clases, Estados, etc., son escenarios, locales u objetos de acción, nunca agentes. La Historia contada con esos falsos agentes como focos, produce continuidades y concatenaciones causales simbólicas e ilusorias, como la de las figuras de animales formadas por las nubes en movimiento. Por detrás de esos nexos aparentes, siempre se ha de encontrar, escarbando un poco, la mano de los verdaderos agentes. Muchos de los análisis que presenté en Diário do Comércio no son sino ejemplos de aplicación de ese método.
La teoría de las castas, que adapté de la tradición hindú, visa descubrir la verdad por tras de la falsa identidad histórica de las clases sociales y fundamentalmente por tras del mito de la “ideología de clase”. Todas las supuestas “ideologías de clase” fueron inventadas por una sola clase: los intelectuales. Y se destinan solamente a encubrir la manipulación política de las demás clases por los intelectuales.
Pero ellos no son, en ningún sentido socio-económico identificable, una clase. Son una casta.
Las castas son tipos psicológicos (por lo general distribuidos entre las varias clases) y por eso son determinantes directos de la conducta humana. No son propiamente agentes de la historia, pero son el molde estructural donde esos agentes nacen y se definen. Así es que toda y cualquier acción histórica lleva una marca de casta. Las cuatro castas tienen existencia permanente, sin depender de las variaciones de la estructura socio-económica. Percibir la identidad de casta de los agentes históricos es fundamental para comprender la lógica de sus acciones.
La teoría de los cuatro discursos – la única, entre las que he mencionado aquí, que circula en formato de libro (“Aristóteles em Nova Perspectiva”, Rio, Topbook, 1998, reedición :São Paulo, É Realizações, 2006) – es un estudio sobre los medios esenciales de persuasión, por tanto de los modos de influencia del hombre sobre el hombre. Ella ayuda a realizar la diferenciación entre el discurso de los agentes del proceso y el discurso explicativo del observador analítico - diferenciación que, según Aristóteles, es el comienzo de la ciencia política. Esa distinción desagua en otra, de alto valor práctico inmediato. Todo discurso de agente contiene, de manera compactada e indistinta, dos elementos: los datos verdaderos o falsos que él posee sobre la situación y las acciones que pretende suscitar con su discurso.
La fuerza de su influencia sobre los oyentes depende, muchas veces, de que esos dos elementos permanezcan mezclados. Por eso mismo hay en toda acción histórica un componente de mistificación, que puede llegar a la completa auto mistificación. El análisis descompone esos factores, tornando inteligible el proceso a la misma medida en que fornece los modos de neutralizar, si preciso, la fuerza agente. Muchos de los artículos que he publicado en Diário de Comércio no son sino aplicaciones de esa distinción, cuya importancia va más allá del puro interés científico.
Mis alumnos – y los pocos lectores de mis libros y apostillas – perciben claramente que esos artículos, como cualesquier otros por mí publicados, son apenas puertas de entrada para toda una red de conexiones subterráneas. Para los demás lectores, esa red permanece invisible, pero basta un poquito de imaginación para sospechar que ella existe, y basta otro poquito de sanidad intelectual para despertar el deseo de buscarla, o, por lo menos, de abstenerse de opinar hasta la posesión de mayores conocimientos. Como imaginación y sanidad intelectual le faltan casi por completo a los formadores de opinión mediática y universitaria, prácticamente todo lo que esos señores escribieron o dijeron sobre mi pensamiento político (para no decir sobre las opiniones muy distinguidas de estudiantes semi-analfabetos que saturan las listas de discusión en Internet) es pura fantasía construida encima de fragmentos separados. Nunca esperé otra cosa de ellos.
En mi vida anormalmente agitada de periodista, conferencista itinerante, editor de textos ajenos, microempresario, ongista virtual y ahora corresponsal en el Exterior, no tuve tiempo de organizar para publicación a las grabaciones y transcripciones de mis clases, que en muy modesto cálculo suben a veinte mil páginas de texto. Ni mismo artículos de periódico pude colegir y publicar en libro desde el segundo volumen de “O imbecil Coletivo “(Topbooks, 2000). Ustedes pueden por lo tanto imaginar mi alegría cuando laAssociação Comercial de São Paulo sugirió la publicación de esta recopilación. Ella es el primer paso para que, de a poco, la unidad de mi pensamiento político – y de la elaboración filosófica por debajo de él comience a tornarse visible fuera de mi círculo de alumnos.
Cuanto al título, creo que no preciso explicarlo mucho. Físicamente, Brasil parece continuar anclado en el suelo, pero, psicológicamente, esta a vagar en algún lugar de la estratosfera. Sin la mínima percepción de lo que ocurre en el mundo, tiene opiniones sobre todo y las emite con una pasión, con un furor, que ya demuestran ser frutos de la auto persuasión imaginaria, siempre más emocionante que la mera observación de los hechos. A esto se debe la necesidad de estas cartas de un terráqueo, modestas tentativas de llamar de vuelta a nuestro viejo planeta a la nación perdida en el espacio.
OLAVO DE CARVALHO
Richmond, Virginia, 17 de enero de 2007
Traducción: Victor Madera