El fraude del populismo continental

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 31 de julio de 2006

En el n�mero de agosto de la revista cultural brit�nica Prospect, Jorge Casta�eda reanuda y elabora su tesis de las �dos izquierdas� latinoamericanas, presentada en la edici�n mayo-junio de Foreign Affairs, publicaci�n oficial del CFR.

La tesis fue impugnada por el historiador Kenneth Maxwell, gur� del CFR para asuntos brasile�os, mediante el argumento de que no puede existir una izquierda malvada y otra buenita porque todo lo que es izquierdista es bueno. Casta�eda est� realmente enga�ado, pero, indudablemente, no por ese motivo. Como Maxwell es aquel tipo para quien el Foro de S�o Paulo no existe y Lula es un t�pico self-made man americano, es ventajoso para la salud del cerebro humano ignorar lo que quiere que �l diga, sobre ese asunto o cualquier otro.

La tesis de las �dos izquierdas� es interesante porque del fondo de su error trasluce, en filigrana, la verdad sobre la situaci�n pol�tica del continente.

Casta�eda empieza por decir que desde el inicio de la d�cada de 90 preve�a la ascensi�n de la izquierda en Am�rica Latina, basado en dos razones: (1) Con el derrumbe del r�gimen sovi�tico, los EE UU no pod�an m�s acusar los partidos izquierdistas latinoamericanos de serviciales a Mosc�. Libre de ese estigma, la izquierda pod�a presentarse en p�blico de cara nueva. (2) Am�rica Latina permanec�a una de las regiones m�s afectadas por la desigualdad social, �y la combinaci�n de desigualdad y democracia tiende a causar un desv�o hacia la izquierda�.

Luego confiesa haber imagin�rselo, err�neamente, que la izquierda cuyo �xito �l vislumbraba ser�a toda democr�tica, modernizada, consciente de las lecciones adquiridas con el fracaso de los reg�menes comunistas en el Este europeo, abierta a los beneficios de la econom�a de mercado y dispuesta, en �ltima instancia, a abdicar de su viejo odio contra EE UU.

Si eso no sucedi�, si por todas partes brotaron ambiciones dictatoriales y las relaciones de Am�rica Latina contra los EE UU se volvieron peores que nunca, fue porque la izquierdizaci�n general llev� al poder no una, pero dos izquierdas. �Una es moderna, de mente abierta, reformista e internacionalista... La otra es nacionalista, bulliciosa y de mente cerrada.�

Casta�eda completa ese diagn�stico exponiendo lo que, en su entender, constituye el origen hist�rico de esas dos izquierdas y la raz�n de sus diferencias. La izquierda latinoamericana esclarecida, dice �l, �naci� de la Revoluci�n bolchevique y sigui� un camino similar al de la izquierda en el resto del mundo. Los partidos comunistas chileno, uruguayo, brasile�o, salvadore�o y, antes de la revoluci�n de Castro, el cubano, obtuvieron parcelas significativas del voto popular, participaron de gobiernos de �unidad nacional' en los a�os 30 y 40, establecieron una presencia s�lida y ejercieron una fuerte influencia en los c�rculos acad�micos e intelectuales�.

El origen de la otra izquierda, la burra, es espec�ficamente local: ella no naci� del comunismo, pero del populismo latinoamericano. Sus divinidades tutelares no son Marx, Lenin y Che Guevara, pero tipos como el argentino Juan Per�n, el peruano V�ctor Ra�l Haya de la Torre, el ecuatoriano Jos� Velasco Ibarra y el brasile�o Get�lio Vargas.

Adem�s de nacionalistas extremados, �los populistas son, con frecuencia, virulentamente anticomunistas, siempre autoritarios y m�s interesados en obtener y conservar el poder que en formular pol�ticas�.

La culpa de toda la confusi�n actual en Am�rica Latina seria de esos malditos populistas, que no evolucionaron intelectualmente junto con los comunistas.

Esa es la teor�a de Casta�eda. En verdad no es una teor�a. Es la simple proyecci�n mec�nica de la receta tradicional del CFR para los males del mundo: convertir los comunistas al socialismo reformista, fabiano, y construir con ellos la utop�a globalista que eliminar� del planeta las soberan�as nacionales, el capitalismo cl�sico, la democracia constitucional americana y la cultura judaico-cristiana, unificando la especie humana bajo el gobierno de una casta de planificadores sociales iluminados. Si en Latinoam�rica no dio resultado, fue porque algunos izquierdistas no adhirieron a programa tan hermoso, prefiriendo enviciarse en viejos populismos nacionalistas... y anticomunistas.

Pero vamos por partes.

A comienzos de la d�cada de 90, yo tambi�n prev� la ascensi�n de la izquierda, pero por motivos muy diversos a los alegados por Casta�eda. Ecuaciones gen�ricas, por m�s realistas que sean, nunca le dan fundamento a previsiones sobre la marcha de los hechos. Hechos no son evoluciones espont�neas de �tendencias dominantes�, pero el resultado de acciones concretas de seres humanos. Preverlos con acierto no depende de husmear �tendencias� en la verborrea de la moda, sino de observar qui�n y c�mo se procede. A principios de la d�cada de 90, la izquierda estaba tratando de unificarse, de organizarse en escala continental, de articularse localmente con las bandas de narcotraficantes, internacionalmente con las �redes� globales de informaci�n y con los movimientos radicales isl�micos, de comprar armas y juntar recursos financieros en escala jam�s pensada por cualquier otro movimiento pol�tico a lo largo de toda la historia humana, entrando ah� el comercio de drogas y la lucha por el dominio casi monopol�stico de las fuentes de subsidios estatales y privados en EE UU y en Europa a trav�s de una infinidad de ONGS. Mientras, la derecha continental se ocupaba nada m�s que (1) en desarmarse ideol�gicamente, imbuy�ndose de la convicci�n de que el comunismo hab�a muerto y por lo tanto reprimiendo en sus hileras cualquier veleidad anticomunista, acusada de venerar el pasado y ser reaccionaria; (2) en diluirse pol�ticamente, apost�ndolo todo en el �xito de la �izquierda modernizada� y adapt�ndose a ella a punto de volverse mera fuerza auxiliar a su oficio, como ocurri� en las elecciones brasile�as de 1994, 1998 y 2002. Era como si en v�speras de una lucha por el t�tulo mundial de boxeo, uno de los contendientes estuviera tomando prote�nas y adiestr�ndose con dedicaci�n espartana, mientras el otro pasara las noches en farras con mujeres enviadas por el adversario, a quien por ello considerase su buen amigo, enfrentando con creciente repugnancia la perspectiva de trompearlo.

Descritos los hechos, no era preciso ser muy listo para prever la marcha de la situaci�n. Los elementos se�alados por Casta�eda eran, en ello, secundarios o mismo irrelevantes. El propio Casta�eda no lo era. Su persona y sus ideas hab�an suministrado un poderoso anest�sico a la derecha, que ve�a en ellas la prueba de que la izquierda se hab�a vuelto civilizada e inofensiva (�l no da la menor se�al de percibir lo cuanto aport� para que su previsi�n no se realizase por completo).

Pero mi perspectiva todav�a difer�a de la suya en un quid.

Que hab�a en la izquierda una banda modernizada, dispuesta incluso a abdicar del marxismo como hab�a sucedido con los partidos socialistas europeos, era algo obvio. Durante alg�n tiempo los portavoces m�s parlanchines de esa corriente � Eduardo Mascarenhas, Jos� Arthur Gianotti, Arnaldo Jabor, el propio Fernando Henrique - lucieron en los peri�dicos y en la TV como si fueran la encarnaci�n viva de los nuevos tiempos. Cada nuevo comunista o pro comunista que adher�a al PSDB � Partido da Social Democracia Brasileira - era motivo de fiesta entre los derechistas, pero, significativamente, el sentimiento con que estos lo recib�an no era de triunfo: era de alivio. No festejaban la derrota del adversario, pero un vago remedo de empate t�cnico que, pro forma, los dispensaba de luchar. Celebraban, con anticipaci�n, la jubilaci�n ideol�gica de la cual pronto estar�an disfrutando.

En fecha que no recuerdo bien, tras la victoria de Fernando Henrique, creo que en 1996, particip� de uno de los c�lebres almuerzos de cumplea�os del periodista Arist�teles Drummond, un derechista hist�rico, veterano de la Revoluci�n de 64. Esas reuniones eran, en verdad, encuentros pol�ticos, ocasiones para tomarle el pulso a la derecha nacional. En ese d�a, sentado al lado de Eduardo Mascarenhas, �dolo intelectual de la izquierda reci�n-convertido al PSDB, observ� que la atm�sfera general era de afectuosa apertura mental a los izquierdistas presentes, casi tan numerosos cuanto sus adversarios tradicionales. Todos tomaban cuidado para que una apolog�a demasiado ostensiva de la econom�a de mercado no pareciera provocaci�n u hostilidad a los invitados, a�n no recuperados totalmente del derrumbe de la URSS. EL �nico que cantaba victoria era Roberto Campos, pero, acrecentaba �l, haciendo burla con su edad avanzada, �victoria p�stuma�. La jocosidad atenuaba el contraste y reforzaba el sentido lato del encuentro: all� no se celebraba una victoria, pero la paz. Paz unilateral, dimisionaria, suicida. Mientras a miles de kil�metros de all� Fidel Castro, Lula y Frei Betto armaban la mayor articulaci�n pol�tica de la historia continental, juntando partidos legales y bandas de criminosos armados para el asalto al poder, la derecha cansada de guerra levantaba un brindis por su derecho de volver a casa y vivir de recuerdos. Volv� de la reuni�n dici�ndole a mis botones: �Hoy la derecha nacional festej� su propio entierro.�

Con la abdicaci�n general de la derecha, el escenario pasaba a dividirse entre las dos izquierdas, separadas, como observ� el propio Fernando Henrique, apenas por diferencias pol�ticas de ocasi�n, pero unidas por el mismo fondo ideol�gico, por las mismas referencias culturales y por el sentimiento de solidaridad mutua cimentado en una larga historia de luchas contra el enemigo com�n que, justamente, acababa de retirarse del combate.

En brev�simo lapso de tiempo, las ideas conservadoras desaparecieron del escenario y la uniformidad ideol�gica total se disemin� por el pa�s, formando el panorama que describ� en O Imbecil Coletivo y cuya completa expresi�n electoral se vio en 2002, con una elecci�n disputada entre cuatro candidatos izquierdistas que, a falta de divergencias efectivas, trabaron un campeonato de pureza ideol�gica, cada uno tratando de probar que los otros eran menos fieles a sus or�genes (situaci�n an�loga a la que vendr�a a ocurrir en Per� entre Ollanta Humala y Alan Garc�a).

Como la unanimidad reinante era muy indecente para ser proclamada oficialmente, la soluci�n espont�nea fue nombrar a la izquierda moderada como �derecha� ad hoc y mudar los pocos remanecientes de la derecha genuina hacia la �extrema derecha�, situada en alg�n lugar ignorado entre el pasado abominable, el crimen hediondo y la nada absoluta.

Haciendo entre las dos izquierdas la misma comparaci�n de acciones respectivas que yo hab�a hecho entre la derecha y la izquierda en el comienzo de la d�cada, not� que el ala radical trataba de expandir inmensamente su militancia, consolidar su hegemon�a cultural, prepararse para enormes acciones de masa y fortalecer sus alianzas continentales en el Foro de S�o Paulo, mientras la moderada, la del PSDB, se contentaba con la pol�tica electoral local y maniobras de gabinete. Adem�s, esta izquierda, en el poder, fortalec�a su adversaria radical, alimentando el MST � Movimiento de Los Trabajadores Rurales Sin Tierra - con subsidios federales, difundiendo la propaganda izquierdista en las escuelas y llamando contra s� el odio de las Fuerzas Armadas mediante cortes presupuestarios y oferta de premios con el dinero p�blico para los terroristas jubilados. Era imposible, ante ello, no percibir cu�l de las dos vencer�a.

Que la izquierda radical sea populista en vez de comunista o pro comunista, como pretende Casta�eda, es una idea tan boba que nunca merecer�a atenci�n, si el CFR no la usase como instrumento para inducir la derecha norteamericana a desarmarse ideol�gicamente como lo hizo la latinoamericana. El sr. Casta�eda fue �til en un caso como lo es en el otro. La palabra �populismo� se difundi�, como un mantra, por los c�rculos del Partido Republicano, ejerciendo all� un amplio efecto estupefaciente. Nadie jam�s ha visto un cartel de Get�lio Vargas o Velasco Ibarra, en vez de Che Guevara y Fidel, blandido por los j�venes enrag�s del Foro Social Mundial. Nadie ha le�do jam�s una sola condena anticomunista � mucho menos �virulentamente anticomunista� -- en las actas del Foro de S�o Paulo, en las cartillas del MST, en los anales de congresos del PT o de los movimientos chavistas. La analog�a entre Ch�vez y los viejos �padres de los pobres� es puramente est�tica, no pol�tica o ideol�gica. Su estilo buf�n adem�s fue copiado no tanto de Per�n o Batista pero mucho m�s del propio Fidel Castro. La unidad ideol�gica y estrat�gica del Foro de S�o Paulo es una realidad poderosa, la �nica realidad pol�tica de peso en el continente. Llamar el neocomunismo de �populismo� s�lo es �til para �l propio, ayud�ndole a crecer un poco m�s bajo el camuflaje protector y a adquirir incluso algo de encanto suplementario a los ojos de algunos militares flojos que, por no tener fibra para soportar con honra los escupitajos de la mass media y el desprecio del ambiente impregnado de izquierdismo, se sienten ya desgraciados al punto de suspirar, como ramera aporreada, por una mirada de simpat�a de su agresor.

En confianza, me parece mentira que el propio Casta�eda no sepa de todo eso. Hay ideas que, precisamente por que no valen nada como descripciones de la realidad, valen mucho como instrumentos de manipulaci�n. No son ideas, son acciones pol�ticas. Casta�eda sabe quien pierde y quien gana por creer en su versi�n sobre los acontecimientos. Ella no tiene nada que ver con la realidad, pero sirve para aproximar a�n m�s el CFR y los comunistas latinoamericanos. Al cabo, �l �nicamente les critica el nacionalismo, un residuo derechista. Pero todos sabemos y �l tambi�n sabe que ese nacionalismo es solo una facha para enredar militares y persuadirlos a colaborar con la absorci�n de las soberan�as nacionales en el cuadro de la gran Am�rica Latina socialista. La apertura de todas las fronteras continentales a las Farc y a los secuestradores del MIR chileno, la extensi�n de la jurisdicci�n cubana al territorio de Venezuela, las intervenciones crecientes y un�nimemente aplaudidas del sr. Hugo Ch�vez en la pol�tica de los pa�ses alrededor y la confesi�n del sr. Lula de que gobierna Brasil en sociedad secreta con extranjeros, son pruebas cabales de que nadie en el Foro de S�o Paulo se importa un comino con naciones y nacionalismo, excepto como instrumentos ocasionales de un antiamericanismo que no contrar�a en nada los objetivos del CFR. Y cuando Hugo Ch�vez adopt� como divisa el �bolivarianismo�, �l conoc�a el sentido simb�lico profundo de esa bandera, ignorado por la masa que lo sigue y hasta por los �formadores de opini�n� de la gran mass media nacional y internacional, todos ellos, como es notorio, cult�simos y sapient�simos. Sim�n Bol�var escribi� en 1832: �Las naciones que fund� ser�n eclipsadas tras una lenta y amarga agon�a, despu�s resurgir�n como Estados de una gran rep�blica, Am�rica.� Es ese el programa del Foro de S�o Paulo, como adem�s es el del CFR. Los Casta�edas y similares solo hacen alboroto contra el �populismo nacionalista� porque saben que �l no existe, y que, si la derecha americana creyere que �l existe, nada har� contra aquello que existe.

Traducción: Victor Madera