Por tras de la subversión

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 5 de junio de 2006

A comienzos de 2001, el Council on Foreign Relations (CFR), millonario think tank de donde ya salieron tantos presidentes y secretarios de Estado que hay quien lo considere una especie de meta-gobierno de EE UU, creó una “fuerza-tarea”, abundante en Ph.Ds, presidida por el historiador Kenneth Maxwell y encargada de sugerir modificaciones en la política de Washington hacia Brasil. La primera lista de sabios consejos, publicada ya el 12 de febrero, enfatizaba “la urgencia de trabajar con Brasil en el combate a la calamidad de las drogas y a su influencia corruptora sobre los gobiernos”.

En aquel momento, destruidos los antiguos cárteles, emergían como dominadoras del mercado de drogas en América Latina las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, deliberadamente eximidas por el Plan Colombia del gobierno Clinton bajo el pretexto de que el combate al narcotráfico debería ser apolítico. Las Farc, una organización comunista, habían entrado al mercado de las drogas para financiar sus operaciones terroristas y la tomada del poder. Desde 1990 formaban parte del Foro de São Paulo, donde articulaban sus acciones con la estrategia general de la izquierda latinoamericana, garantizando apoyos políticos que las volvían virtualmente indemnes a persecuciones en los diversos países donde operaban. En Brasil, por ejemplo, pese a los cientos de toneladas de cocaína que por medio de su socio Fernandinho Beira-Mar ellas desahogaban anualmente en el mercado, y a pesar de andar, de vez en cuando, a los tiros con el Ejército en la selva amazónica, las Farc eran bien tratadas: sus líderes circulaban libremente por las calles bajo la protección de las autoridades federales y eran recibidos como huéspedes oficiales por el gobierno petista del Estado del Río Grande. Nunca, por lo tanto, las relaciones entre narcotráfico y política habían sido más íntimas. Arriesgaban volverse todavía más intensas porque Luís Inácio Lula da Silva, fundador del Foro y por lo tanto arreglista mayor de la estrategia común entre partidos legales de izquierda y organizaciones criminales, parecía destinado a ser el próximo presidente de Brasil.

La integración creciente entre narcotráfico y política ponía como urgencia combatir “la calamidad de las drogas y su influencia corruptora sobre los gobiernos”. Y la única manera de hacerlo era, evidentemente, desmantelar el Foro de São Paulo. Vista en esa perspectiva, la sugerencia de la “fuerza-tarea” parecía mismo oportuna. Pero solo la interpreta así quien no entiende las sutilezas del meta-gobierno. El sentido literal de la frase expresaba, de hecho, el opuesto simétrico a lo que el CFR pretendía.

Desde entonces, el Foro de São Paulo, para seguir interponiéndose impunemente en la política interna de varias naciones latinoamericanas, necesitaba mantener su condición de entidad discreta o semi-secreta, y el propio jefe de la fuerza-tarea lo ayudaba en ello. En artículo publicado por New York Review of Books – y, obviamente, reproducido en Folha --, Maxwell declaraba que el Foro simplemente no existía, porque “ni los más bien informados expertos con quien conversé en Brasil jamás oyeron hablar de él”.

Para un historiador profesional, fiarse a la opinión de terceros en vez de averiguar las fuentes primarias, hartamente disponibles, a la época, en la propia Web del Foro, era una escandalosa prueba de inepcia. Al tiempo, el sr. Maxwell integraba (integra aún) el círculo de iluminados que solía (suele aún) ser oído con enorme respeto por la mass media brasileña, en especial por Folha de S . Paulo. Eso parecía dar una prueba incontestable de que él era de hecho una bestia, por haber actuado de manera tan extravagante en pura obediencia a su naturaleza animal. Pero ahora noto que eso no lo explicaba todo. Luego, otro intelectual de gran reputación en los círculos asnales, Luiz Felipe de Alencastro, profesor de Historia de Brasil en la Sorbonne y columnista de Veja, sobresalía en un debate del CFR prestando a la tesis de la inexistencia del Foro de São Paulo el aval de su formidable autoridad y acrecentaba encima haber sido yo el inventor de la legendaria organización... Darle desaparición a la coordinación continental del movimiento comunista latinoamericano parecía haberse vuelto un hábito consagrado en el CFR.
Eso podría ser solo una inocente acumulación de errores interpretativos si la entidad no hubiera cultivado simultáneamente un otro hábito: el de las buenas relaciones con las Farc. En 1999, el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Richard Grasso, miembro del CFR, hizo una visita de cortesía al comandante de las Farc, Raúl Reyes, y se fue de allí festejando la familiaridad de intereses entre los malhechores colombianos y la elite financiera “progresista” de EE UU. De pronto, otros dos miembros del CFR, James Kimsey, presidente emérito de America Online, y Joseph Robert, jefe del conglomerado inmobiliario J. Y. Robert, tenían un animado encuentro con el propio fundador de las Farc, el viejo Manuel Marulanda, y luego iban al presidente colombiano Pastrana para intentar convencerlo, con éxito, a hacer las paces con la narcoguerrilla.

La división de trabajo era nítida: los potentados del CFR negociaban con la principal fuerza de sustentación militar y financiera del Foro de São Paulo, mientras sus recaderos intelectuales cuidaban de despistar la operación proclamando que el Foro ni siquiera existía. El CFR alardeaba la intención de eliminar la influencia del narcotráfico en los gobiernos a la vez que contribuía activamente para que esa influencia se volviese más vasta y fecunda que nunca.

Al CFR pertenecía también el presidente Clinton, cuyo famoso Plan Colombia había tenido por principal resultado eliminar los competidores y entregar a las Farc el casi monopolio del mercado de drogas en América Latina. En 2002, la política latinoamericana de los gran-señores globalistas experimentaba un upgrade: al esfuerzo de embellecer las Farc se sumaba ahora el empeño de hacer del presidente del Foro de São Paulo el presidente de Brasil. Pocos días antes de la elección de 2002, la embajadora americana Donna Hrinak, que no sé si pertenece personalmente al CFR, pero está entre los fundadores de una entidad íntimamente asociada a él, el Diálogo Interamericano, hacía propaganda descarada del candidato petista, proclamándolo “una encarnación del sueño americano”. Aunque fuese una interferencia ilegal y indecente de autoridad extranjera en una elección nacional – sin causar escándalo porque hasta la prepotencia imperialista se vuelve amable cuando trabaja para el lado políticamente correcto --, y aunque la fórmula verbal elegida para realizarla fuese una absurdidad sin par (pues no consta que muchos americanos tuviesen como suprema ambición parar de trabajar a los 24 años para hacer carrera en un partido comunista), la expresión hizo tanto éxito que, prontamente, fue repetida ipsis litteris, sin citación de fuente, en un artículo de la New York Review of Books que celebraba con entusiasmo la victoria de Lula. ¿Adivinen quien firmaba el artículo? El indefectible Kenneth Maxwell.

Frente a esos hechos, ¿alguien titubeará aún en percibir que las conexiones entre el izquierdismo encopetado del CFR y el izquierdismo encarnizado y putrefacto de los Marulandas y Reyes son más íntimas de lo que sería posible en la imagen estereotipada de una hostilidad esencial e irreductible entre capitalistas reaccionarios y comunistas revolucionarios? El sentido de la coyuntura es demasiado transparente, pero el cerebro de nuestras elites sin embargo es capaz de proyectar sobre ella su propia obscuridad para esquivarse de sacar las conclusiones que ella impone.

Obviamente no respaldo la idea de que el CFR, como institución, sea una central de conspiración pro comunista. Muchos de sus miembros son patriotas americanos que jamás respaldarían conscientemente una política prejudicial a su país. Pero no se puede ocultar que, en su interior, un grupo de millonarios reformadores del mundo, incalculablemente poderosos, ha inducido la entidad a influenciar el gobierno de Washington, casi siempre con éxito, en el sentido más izquierdista y antiamericano que se pueda imaginar. En EE UU eso es un hecho de conocimiento general. Nadie lo duda. Solo se discute la “teoría de la conspiración” usada para explicarlo. Esa teoría tiene entre sus defensores algunos intelectuales de primer orden como Carroll Quigley, profesor de Historia en Harvard y mentor de Bill Clinton, o el economista Anthony Sutton, autor del clásico Western Technology and Soviet Economic Development (4 vols.). Contribución máxime para la credibilidad de la tesis resulta del hecho de que el primero es un adepto entusiasta y el segundo un crítico devastador de la elite globalista. Y lo que la vuelve todavía más atractiva es el hecho de que el CFR, reconociendo su existencia, al punto de ofrecer un desmentido explícito en su página Web oficial, se esquive de debatir con esos dos pesos pesados y con decenas de otros estudiosos serios que escribieron sobre el tema, y prefiera, en cambio, ostentar una victoria fácil y postiza enfrentando solo a las versiones vulgares y caricaturales de la tesis conspirativa, inventadas por tipos como Lyndon LaRouche y el pastor Pat Robertson. Este es un buen hombre que jamás mentiría premeditadamente, pero es un boquirroto, campeón continental de gafes eclesiásticas. Discutir con él es lo más fácil, porque siempre terminará por decir alguna inconveniencia, echando su opinión al aire, hasta cuando esté con la razón. LaRouche, que llegó a ser precandidato presidencial por el Partido Demócrata, es un conspirador que solo divisa las conspiraciones ajenas por el prisma deformante de sus objetivos e intereses propios. Tomar esos dos como portavoces representativos de las acusaciones de conspiración contra el CFR es lo mismo que derrumbar el dr. Emir Sader y salir cantando victoria sobre Karl Marx. Que el CFR use de ese expediente esquivo para librarse de las denuncias es un serio indicio de que ellas tienen al menos algún fondo de verdad.

Para que ustedes evalúen lo cuanto nuestra elite económica, política y militar está enajenada y no está al tanto de lo que ocurre en el mundo, basta notar que su principal fuente de información sobre el CFR, el Diálogo Interamericano y otros organismos globalistas ha sido justamente el sr. Lyndon LaRouche, cuya Executive Intelligence Review es leída por los luminares de la Escuela Superior de Guerra como si fuese el ejemplar más puro de inside information (él anda tan bien informado que llegó a clasificarme – justo a mí, porca miseria – como apóstol del globalismo, por el hecho de que yo escribía en un periódico llamado O Globo). Las otras fuentes conocidas en el país son todas de izquierda, y lo que ellas tienen en común con el boletín del sr. LaRouche es que distorsionan monstruosamente los hechos al presentar los círculos globalistas como representantes del buen y viejo “imperialismo americano” en lucha desigual contra las soberanías nacionales de los países pobrecitos. No sé si me río o si lloro al ver cuantos brasileños, que de izquierdistas nada tienen, toman esa versión en serio y basan en ella sus análisis estratégicas y propuestas de gobierno. Es ridículo y trágico a la vez. Con tantas fuentes primarias y diagnósticos de alto nivel a la disposición, ¿por qué comer basura y eructar el menú del Tour d'Argent? Del barrizal cultural subdesarrollado solo brotan flores de ignorancia y autoengaño.
El sitio www.vermelho.org.br, por ejemplo, presenta el Diálogo Interamericano como repleto de “personalidades de la derecha más conservadora”, y estas como “representantes del Establishment americano”. En EE UU, hasta los chiquillos de la escuela saben que Establishment quiere decir “izquierda chic”, que no hay ni puede haber allí dentro “personalidades de la derecha más conservadora”, y que, si alguna soberanía nacional es puesta en peligro por el Establishment, es la de EE UU en primerísimo lugar. La larga y feroz polémica movida por los conservadores y nacionalistas contra el CFR, el Diálogo Interamericano y los círculos globalistas por regla general es completamente desconocida por los parlanchines de la ESG y por el “bando de generales” que cree en las fuentes izquierdistas y en el sr. LaRouche. En esa multitud de palurdos crédulos hay innúmeros patriotas sinceros. Pero la destrucción de un país empieza cuando sus patriotas se idiotizan, dejándole a los traidores, conspiradores y revolucionarios el monopolio de la listeza.

La historia de la manipulación de los patriotas brasileños por los granujas de izquierda es en sí misma una tragicomedia. Desde hace décadas, el liderazgo izquierdista viene sometiendo esa gente a un tratamiento pavloviano, a base de un electrochoque - un queso, que se demostró eficaz al punto de muchos oficiales de alta patente, ideológicamente anticomunistas, consideraren hoy día que es una maravilla sumamente honrosa transformar nuestros soldados en zapadores y tractoristas a servicio del MST. ¿Cómo se logra conducir un cerebro humano a bucear en ese abismo de estupidez? Es sencillo: basta crear un equipo elegido entre izquierdistas bien hablantes y dividirlo en dos alas, encargadas de tareas opuestas -- una infiltrada en mass media, incumbida de esparcir mentiras escabrosas, fomentando el odio antimilitar; otra, bien plantada en los propios círculos militares y en la ESG, encargada de halagar el ego de las Fuerzas Armadas e inducirlas a la conciliación y a la colaboración con la estrategia comunista continental por fuerza de su propio patriotismo, fácilmente convertido en antiamericanismo mediante un flujo hábilmente planeado de informaciones falsas (entre las cuales está claro, las suministradas por el sr. LaRouche). En el primer equipo, se destacan Caco Barcelos, Cecília Coimbra y Luiz Eduardo Greenhalgh. En la segunda, Márcio Moreira Alves, Mário Augusto Jacobskind y Cesar Benjamin. La duplicidad de tratamiento deja a la víctima desorientada y acaba por someterla. Entre manotazos y besos, gran parte de nuestra oficialidad se dejó fácilmente llevar al engaño, evidenciando poseer QI de ratoncito de laboratorio. La reciente conferencia del comandante del Ejército en Porto Alegre muestra hasta que punto una institución calumniada, marginada y pisoteada siente alivio y reconforto ante la oferta humillante de un lugarcito en el banquete de sus tradicionales detractores.

Maquinaciones parecidas habían sido aplicadas contra empresarios y políticos, con igual eficacia.

Es por ello que se volvió tan difícil explicar a los brasileños aquello que, entre los conservadores americanos, hasta los más lerdos de inteligencia como Pat Robertson entienden muy bien: que la elite globalista es el enemigo número uno de la soberanía nacional americana y, secundariamente, pero solo secundariamente, de todas las demás soberanías.

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P. S. – Un amigo me envía la siguiente nota: “El pasado día 30 la policía de São Paulo detuvo a la peruana Juliana Custódio, envuelta en la muerte de un bombero durante aquellos días. La TV Bandeirantes le dio destaque al caso. La TV Globo publicó una nota y olvidó el asunto. Ocurre que ayer un juez entrevistado por la TV Bandeirantes dijo lo siguiente: en diez años estará formada en Brasil la mayor red terrorista jamás vista en las Américas. Yo, particularmente, creo que la ‘Cosa' será formada antes pero ella es inevitable. La peruana es apuntada como conexión entre las FARC y el PCC.”

Mientras tanto, el sr. Lula sigue atribuyendo la ola de violencia en São Paulo a la (además inexistente) falta de vagas para los niños en las escuelas. Es un cínico y un cara dura como jamás se ha visto.

Traducción: Victor Madera