Traición anunciada

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 8 de mayo de 2008

Por primera vez en la Historia humana, animal, vegetal o mineral, un presidente, viendo las propiedades nacionales en el exterior invadidas y confiscadas manu militari por el gobierno local, se abstiene por completo en defender los intereses y la honra de la nación y, bien al contrario, sale elogiando los autores de la brutalidad. Y el detalle más extravagante en el caso es que el hombre intenta dar la impresión de que, al hacer eso, actúa como un cristiano ejemplar, volviendo humildemente la otra cara en vez de vengarse el insulto. Sería así, de hecho, si no hubiese alguna diferencia entre ofrecer la propia cara y la cara de los otros – la cara de un pueblo entero. La respuesta del sr. Luís Ignácio Lula da Silva a la agresión boliviana no es ninguna efusión de buenos sentimientos. Es el acto de entreguismo más explícito, más descarado, más cínico y más subordinado que ya se vio en este país o en cualquier otro.

Si causas faltasen para un impeachment, solo esa conducta, aislada, ya bastaría para justificarlo con sobra de fundamento y razón. Nunca la traición fue tan clara, nunca tan patente la reducción del patrimonio común de los brasileños a instrumento dócil de objetivos transnacionales sobre los cuales los electores no habían sido consultados, además ni informados.

No sería cierto, sin embargo, decir que fue acontecimiento desprovisto de consecuencias pedagógicas útiles. En una sola alocución, con breves palabras, el sr. presidente rasgó de un golpe la fachada de “nacionalismo” con que la izquierda brasileña venía engañando aquellos que no conocen su historia o que no consiguen recordarla en el momento apropiado. Espero que ahora al menos algunos de los militares con que anduve discutiendo aquí semanas atrás, tan propensos a creer en las afectuosidades patrióticas de quien quiere que las proclame del alto de un tablado, entiendan donde fue que se metieron al buscar una aproximación con la izquierda con base en la confusión entre patriotismo y antiamericanismo.

También sería injusto decir, sin embargo, que fue acto inesperado, de improviso, surgido de la nada.

En un texto publicado en 2003, bien memorado por el articulista Cristiano Romero en el periódico Valor, el secretario general de Itamaraty, Samuel Pinheiro Guimarães, exponía lo que está siendo la directriz básica de la política externa del gobierno Lula. Dice Romero:

“‘Generosidad' en las relaciones con los vecinos suramericanos es un concepto caro a Samuel Pinheiro Guimarães. En un texto intitulado ‘El Gato y la Onza: amenazas y estrategia', él defiende, como ‘objetivo fundamental' de la política externa, la construcción que llama de espacio económico y político suramericano. Dice que Brasil debe hacer eso sin cualquier pretensión hegemónica y con base en la generosidad ‘decurrente de las extraordinarias asimetrías entre Brasil y cada uno de sus vecinos'. ‘Es necesario practicar el principio del tratamiento especial y diferenciado casi que en la proporción de las asimetrías reales'.”

Eso ya era, anticipadamente, nuestro presidente defendiendo el derecho que “un pueblo sufrido” tiene para romper contratos y pillar sus compañeros de negocios.

Al ver la teoría de Guimarães ser practicada de manera tan literal, el embajador Rubens Barbosa, recordando una frase del ex secretario de Estado americano John Foster Dulles, declaró que “esa es una visión ingenua, porque países no tienen amigos; tienen intereses”. Pero lo que es ingenuidad a la luz de los intereses nacionales manifiestos puede ser astucia desde el punto de vista de intereses supranacionales ocultos. Quien leyó mi artículo en el Diario del Comercio de 26 de septiembre de 2005 (/semana/050926dc.htm) ya sabía, desde entonces, que el sr. presidente, elegido en nombre de la “transparencia”, tomaba decisiones de gobierno en reuniones secretas con dictadores y criminales extranjeros, lejos de los ojos del pueblo, del parlamento, de la mass media y de la justicia. Él mismo, de borrachera o sobrio, lo había confesado en su discurso de 2 de julio de 2005, pronunciado en la celebración de los quince años de existencia del Foro de São Paulo. En ese documento fundamental, cuyo significado la grande mass media nacional en peso insistió en amortiguar u omitir completamente, Lula admitía que el Foro de São Paulo, fundado por él y Fidel Castro, era una entidad secreta o al menos camuflada ("construida... para que pudiésemos conversar sin que pareciese y sin que las personas entendiesen cualquier interferencia política"), creada para inmiscuirse activamente en la política interna de varias naciones latinoamericanas, tomando decisiones y determinando el rumbo de los acontecimientos, al margen de toda fiscalización de gobiernos, parlamentos, justicia y opinión pública. Él admitía también haber decidido puntos fundamentales de la política externa brasileña, no como presidente de la República en reunión con su ministerio, pero como participante y orientador de reuniones clandestinas con agentes políticos extranjeros ("fue una acción política de compañeros, no una acción política de un Estado con otro Estado, o de un presidente con otro presidente"). No sería posible una confesión más explícita de que, para ese hombre, los intereses nacionales que nominalmente él estaba incumbido de representar debían someterse a consideraciones más altas, esto es, a la estrategia de dominación continental comunista delineada por el Foro de São Paulo. Su compromiso no era para con sus electores brasileños: era para con sus “compañeros” de Venezuela y de Cuba.

Meses después, el 12 de diciembre de 2005, aún más explícitamente, el Plan de Trabajo de la Secretaría de Relaciones Internacionales del PT informaba la “línea justa” a ser seguida por el Partido: “Profundizar la práctica internacionalista del Partido, en los varios sentidos de esta palabra: la solidaridad, las relaciones con organizaciones comprometidas con el socialismo y con otra orden internacional, la movilización interna y externa alrededor de temas de nuestro interés, la acción parlamentaria y de gobiernos en el plano internacional.” Para que no pendieran dudas cuanto al tipo de llamadas ahí aludidas, el documento esclarecía: “Este es el motivo principal por el cuál el PT seguirá invirtiendo sus energías en la existencia y consolidación del Foro de São Paulo, organización creada en 1990.”

Sabiéndose que desde los tiempos de su campaña electoral el propio sr. Evo Inmorales anunciaba su propósito de estatalizar todos los campos de petróleo de Bolivia, las fuentes nacionales ya suministraban material más que suficiente para que, de ellas, cualquier persona medianamente despierta concluyese cuál sería la reacción de nuestro gobierno cuando el presidente boliviano transformase sus palabras en acciones: halagarle el ego paternalmente, como hace décadas el partido dominante viene haciendo con todos los delincuentes y transgresores, disculpándolos como víctimas de la “desigualdad” y de la “exclusión social”. El principio que se aplica a los individuos sirve, con mucho más razón, a pueblos enteros: la “generosidad” del sr. Samuel Pinheiro Guimarães no es si no la “política de derechos humanos” del gobierno, transpuesta a la escala internacional. La evolución de caridad petista, en ese sentido, es notablemente coherente: comenzó defendiendo el derecho de los ladronzuelos de la "Praça da Sé"1 a meter las manos en los bolsillos de los transeúntes, después fue gradualmente enseñando a la nación estupefacta que los invasores de tierras eran víctimas en vez de agresores, que los únicos grupos criminosos merecedores de punición eran los policías, los empresarios y los políticos dichos conservadores, que el Estado debe indemnizar los secuestradores en vez de los secuestrados, que los traficantes de cocaína son héroes de la libertad y que el combate al narcotráfico es terrorismo de Estado. ¿Qué más faltaba, si no ofrecer las garantías de la alta moralidad al asalto entre naciones?

Dejémonos, por lo tanto, de bla, bla, bla, como diría Fernando Henrique Cardoso. Nadie fue sorprendido por lo imprevisible. Todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir y como el sr. Lula iba a reaccionar. El único aspecto sorprendente en el episodio fue la completa falta del elemento sorpresa.

Pero, si así fue, ¿por qué nadie alertó sobre el peligro ni hizo algo para evitarlo? Y, una vez consumado el delito, ¿por qué tantos todavía vacilan en condenarlo como tal?, ¿por qué aún se sienten entorpecidos por dudas insanables?, ¿por qué reluchan en admitir la evidencia de la escalada criminal, prorrogando mediante tergiversaciones sin fin la conclusión de un silogismo inevitable?

La respuesta es sencilla: para aprehender el sentido de una sucesión de acontecimientos, no basta conocer los hechos. Hay que tener los conceptos, los términos generales capaces de iluminar el diseño exacto de los detalles que permitan unirlos en un cuadro coherente. En el caso, el término general era “estrategia revolucionaria continental”, o, más sencillamente, “Foro de São Paulo”. Solo vista en esa perspectiva la multitud de los detalles sueltos adquiría una forma, una dirección, un sentido. Pues, ese elemento articulador fue sistemáticamente suprimido de los debates nacionales a lo largo de dieciséis años por un decreto unánime de los dueños de la opinión pública. Quien quiere que arriesgase hablar de ello, en los periódicos, en la TV o en el Parlamento, se volvía, primero, tema de mofa, después era rotulado de loco, a la larga abiertamente difamado, posteriormente boicoteado profesionalmente, al final callado por medio de la intimidación directa, como el sr. Lula hizo en vivo con el periodista de la TV Record, Boris Casoy, o de la dimisión pura y simple, como vino a ocurrir conmigo y con el propio Boris.
Nunca, en la historia universal de la manipulación de noticias, se ha visto un esfuerzo tan amplio, tan general, tan uniforme, de ocultar lo esencial, de desviar las atenciones, de paralizar la inteligencia de la víctima para que no sintiera de donde venía el ataque.

Todos los jefes de redacción y dueños de empresas periodísticas de este país, con rarísimas y loables excepciones que en el conjunto terminaron por no hacer diferencia práctica, entraron en complicidad activamente, persistentemente al proyecto petista de anestesiar y entontecer a la opinión pública, preparándola para aceptar con abobada e innoble pasividad la confiscación progresiva de sus derechos, de su libertad y de su patrimonio.

Sin el silencio cómplice de mass media, jamás el proyecto continental de poder, urdido por Fidel Castro, Hugo Chávez y Luís Ignácio Lula da Silva, en reuniones que no necesitaban ni mismo ser secretas, ya que nadie quería divulgarlas, podría haber llegado al punto en que llegó.
Ahora, es tarde para revertirlo. Imaginar que resistencias puntuales, que protestos sueltos contra abusos aislados puedan detener la marcha del monstruo o aplacar su voracidad es aferrarse a una ilusión patéticamente impotente. Una estrategia amplia sólo puede ser combatida por otra estrategia amplia, y la idea misma de concebirla es cosa que aún ni pasa por la cabeza de la mayoría de los liberales y conservadores, persistentemente ocupados, después de todo lo que pasó, en atenerse a elegantes declaraciones doctrinales genéricas y en evitar cuidadosamente el rótulo de “anticomunistas”.

Durante una década y media intenté hacer que esa gente despertase. Ahora empiezo a creer que despertarla sería una crueldad, tan malo el panorama que se abriría ante sus ojos cuando eso ocurriera. Lo mejor es dejar que duerma. Lo que la aguarda, en cualquier de las hipótesis, es el sueño eterno. Su fin está decretado y es casi tan irreversible cuanto la vuelta de la Tierra alrededor del Sol. Unos veinte años atrás, Roberto Campos2 preguntado sobre cuál sería el destino de Brasil en el caso de Lula ser electo presidente, dijo que habría dos salidas: Galeão y Cumbica.3 No sé si la vida imita el arte. Pero en Brasil ella imita cada vez más el humorismo. Ya comienzo a abstenerme de oír chistes, por miedo de que se vuelvan realidad. No me acusen, sin embargo, de derrotismo, de matar las esperanzas de los brasileños. Al contrario: lo que ha matado los brasileños es la esperanza. Rehusarse a admitir una situación desesperadora es rechazarse a las acciones desesperadas que podrían, contra toda la esperanza, revertir el cuadro de la tragedia. Brasil no necesita de esperanza. Necesita es de coraje inflexible y lucidez heroica. No me llamen de derrotista por recusarme a halagar cabezas moralmente cobardes e intelectualmente indolentes.

Me veo en el deber de decir esas cosas sobre todo porque se aproxima la fecha del Seminario “Democracia, Libertad y el Imperio de las Leyes”, que la Asociación Comercial de São Paulo va a promover en el Hotel Cesar Business los días 15 y 16 de mayo, y porque estoy seguro de que allí, por primera vez, intelectuales liberales y conservadores van a mirar de frente la cuestión de la estrategia comunista continental en vez de refugiarse en las especulaciones usuales, tan correctas en el contenido general cuanto desplazadas de la situación política especial.

El Seminario es una antigua idea mía que tuve la suerte de soplar en los oídos apropiados y, sin gran ayuda de mi parte, fructificó gracias a la tenacidad del líder empresarial Guilherme Afif Domingos, del psiquiatra Heitor de Paola y de los combativos redactores del periódico electrónico Mídia Sem Máscara (Paulo Diniz Zamboni, Edward Wolff, Gracia Salgueiro y tantos otros), como también de la colaboración de la Atlas Foundation fuere Economic Studies.

Volveré a escribir sobre el asunto durante la semana, pero desde ya aseguro que, al menos entre los participantes brasileños del evento, todos están muy conscientes de la urgencia desesperadora de un rechazo firme y inflexible al comunismo continental, cualesquiera que sean las diferentes versiones con que él se presente, todas forjadas y articuladas en el Foro de São Paulo.

Y no lo digo para crear esperanzas, pero para recordar que el deber está por encima de la diferencia entre esperanza y desesperanza. Con enorme satisfacción veo que todavía hay brasileños capaces de cumplir el deber.


1 NT. La "Plaza de La Sede" es un espacio público en la ciudad de São Paulo, donde está la Catedral Católica de mismo nombre, y donde se ubica el marco cero del municipio. Por ser paso de mucha gente, suelen ocurrir rutinarios encontrones de rateros en los transeúntes para robarles.
2 NT. Roberto Campos fue un gran intelectual brasileño y unos de los más famosos economistas neoliberales
3 NT. Aeropuertos de Rio de Janeiro y São Paulo, respectivamente.

Traducción: Victor Madera