
¡Marxismo ya!
Olavo de Carvalho
Diário do Comércio, 19 de agosto de 2005
Normalmente, en Brasil, políticos e intelectuales de izquierda se esquivan en declarar que son comunistas. Viven diciendo que la derecha no asume el propio nombre – lo que por lo menos es inadecuado, visto que una corriente política que no existe ideológicamente no tiene por qué asumir nombre ninguno --, pero, por lo menos desde la caída del Muro de Berlín, son los izquierdistas los principales usuarios de sustitutivos eufemísticos. Y por cierto no es la "derecha" quien intenta imponer la prohibición legal de llamar las cosas por sus términos apropiados. Resulta cómico que los censores políticamente correctos del vocabulario exijan de los otros el lenguaje franco que ellos propios buscan abolir por todas formas.
Ocultar la condición de comunista siempre fue una obligación para los militantes envueltos en el sector clandestino de las operaciones del Partido, incluso en épocas y países con plena vigencia de los derechos democráticos. La universalización del camuflaje como estilo de vida fue una de las grandes contribuciones del comunismo a la cultura del siglo XX (v. "Double Lives", de Stephen Koch).
Sin embargo, desde los años 90, la obligación de despistar conexiones con el movimiento comunista fue reforzada por el descrédito general del régimen soviético. Como señaló Jean-François Revel en La Grande Parade , la década fue marcada por una intensa revisión del discurso izquierdista, un botox ideológico destinado a borrar las marcas del pasado en las caritas bisoñas de los más sometidos y pertinaces adulones de genocidas, para que pudiesen presentar como novedades auspiciosas las mismas propuestas comunistas de siempre. Desde entonces, proliferaron los eufemismos, algunos antiguos, como "democracia popular", "socialismo democrático" etc., otros nuevos, como "revolución bolivariana" o el más lindo de todos: "ampliar la democracia", que significa cerrar periódicos, prohibir críticas al presidente y dispararle tiros a una masa de manifestantes para enseguida acusarla de matarse a si misma con el objetivo maldoso de desmoralizar el gobierno. El régimen actual de Venezuela ya es una democracia ampliada. Ampliada hasta más allá de sus fronteras: policías y jueces enviados por Fidel Castro tienen jurisdicción para entrar en el país a gusto y prender cubanos forajidos o incluso ciudadanos venezolanos considerados inconvenientes.
El fuego de las denuncias de corrupción en el gobierno Lula disolvió rápidamente su maquillaje verbal, por bajo del cual apareció, con toda su hermosura, el buen y viejo discurso de la ortodoxia marxista. Con una desenvoltura y una petulancia que serían inimaginables en la época de la campaña electoral, Lenin y Mao se asomaron al micrófono del ciclo de conferencias "El Silencio de Los Intelectuales" y en varias columnas de prensa, con aquel sincronismo que muchos atribuirían místicamente a coincidencias junguianas y en el cual sólo los paranoicos – sí, sólo ellos, incluso yo – se atreverían a presentir la señal de una instrucción transmitida a toda la masa de "trabajadores intelectuales", concitándolos a juntar fuerzas para atribuir todos los crímenes del PT a la política "influenciada por su antecesor PSDB" y ofrecer como remedio a la debacle del partido la palabra de orden salvadora y unánime: ¡Marxismo ya!
El sr. Francisco de Oliveira, en el resumen publicado de su conferencia en el ciclo, es explícito: citando Roberto Schwarz, él proclama que la coyuntura "es buenísima para renovar el pensamiento brasileño por el marxismo". Probando que el sentido de las proporciones no es el mismo en una cabeza de comunista y en la de la humanidad normal, él se queja de que la dosis de estupefaciente marxista suministrada a los estudiantes universitarios es escasa, porque "no se sabe con que profundidad Marx fue leído". ¡Pero coño!, hasta observadores menos atentos pueden notar que el pensamiento marxista no domina los cursos nacionales de derecho, filosofía y ciencias humanas por ser muy estudiado, pero porque ahí no se estudia prácticamente nada más que eso. No hay que conocer bastante alguna cosa para poder ignorar todo lo demás. El "Diccionario Crítico del Pensamiento de la Derecha", que cité aquí días atrás, obra de 104 profesores universitarios izquierdistas y por ello muestreo suficiente de la mentalidad de esa clase, prueba hasta que punto llega la ignorancia de esa gente sobre las corrientes de ideas ajenas al marxismo. La gran fuerza del marxismo universitario brasileño es justamente la rarefacción de su sustancia intelectual, que permite su pronta distribución a millones de idiotas.
De paso, el sr. Oliveira barbota que, mismo en el auge de la moda marxista entre nosotros en los años 70, el pensamiento de los frankfurtianos estuvo "prácticamente ausente" de la universidad brasileña, lo que, a juzgar por el volumen oceánico de citaciones a Adorno y Benjamín desde entonces hasta hoy, sólo puede ser interpretado en el sentido de Stanislaw Ponte Preta: "Su ausencia rellenó una falla".
Pero el punto más significativo del diagnóstico oliveriano de los males del marxismo brasileño es la crítica al "reformismo" del PCB – Partido Comunista Brasileño - en los años 60 y la apología a la "única excepción criadora" de la ocasión, el filósofo Caio Prado Júnior. La presente generación de estudiantes difícilmente atinará con el sentido de esa alusión, pero, para quien la percibe, la analogía con la situación actual es obvia. En un momento en que la izquierda, como hoy, lamía las heridas de un fiasco monumental y buscaba medios de salvar la honra, el autor de A Revolução Brasileira fue, entre los comunistas históricos, el más destacado crítico de la "alianza con la burguesía nacional" y el propugnador emérito de la ruptura violenta que generó la guerrilla. Cuando Marx dijo que la historia se repite como farsa, estaba anticipando la epopeya tragicómica del movimiento comunista, toda ella compuesta de sucesivas reencarnaciones simuladas de sí misma. El vaivén cíclico entre apaciguamiento maquiavélico y radicalismo asesino, con periódicas fusiones de los dos elementos, es una de las jugadas infalibles de esa trama criminal. El sr. Oliveira es en suma el nuevo Caio Prado Júnior, así como el PT de Lula es el PCB corrompido y "reformista" que malogró en 1964. La solución es, por la enésima vez, el retorno purificador a las fuentes del marxismo, seguido de algún tipo de video tape de las guerrillas, probablemente ampliadas a las dimensiones de las FARC. Esa gente no aprende nunca.
De manera aún más estereotipada, la sra. Marilena Chauí advierte contra la "creencia peligrosa" ( sic ) de que las ideas mueven el mundo, restaura la lección de la vulgata según que quien todo mueve es la lucha de clases, y repite con admirable fidelidad canónica la excomunión marxista de la "separación entre trabajo manual e intelectual en el capitalismo" (en el socialismo, como se sabe, cada barrendero es un nuevo Leonardo da Vinci). Complementada por una oportuna entrevista que lanza sobre el indefectible "neoliberalismo" las culpas del gobierno Lula – como si los crímenes denunciados no vinieran del tiempo en que la propia Chauí se volvió la musa inspiradora del marxismo petista --, la alocución de la profesora de la USP – Universidad de São Paulo - en el ciclo "El Silencio de los Intelectuales" trae un enfático refuerzo a la estrategia reencarnacionista del sr. Oliveira.
A la vez, en mass media, el llamamiento por un retorno al marxismo puro resuena por toda parte con idéntico vigor. Para dar sólo un ejemplo entre muchos, que comentaré si posible las semanas próximas, el sr. Fausto Wolff, célebre como relaciones públicas de Yaser-Arafat, anuncia "un deber de casa para los petistas" y, con el didacticismo de un instructor del MST – Movimiento de los Sin Tierra - , suministra dados biográficos seguidos de un resumen esquemático de las doctrinas de Karl Marx. Confeso que no estoy habilitado a sondear la profundidad de las enseñanzas del sr. Wolff, ya que me falta de momento el único instrumento de análisis apropiado para eso: el alcoholímetro. Me limito a señalar en su artículo dos puntos interesantes. Primero, no me parece que el posea del marxismo conocimientos que vayan más allá de la página y media allí rellenada, ya que proclama haber sido La Esencia del Cristianismo , de Ludwig Feuerbach, "el libro que más influenció el joven Marx". Quien quiere que haya estudiado el asunto sabe que Marx sólo se tragó con reservas las especulaciones feuerbachianas. El verdadero gurú e introductor suyo y de Engels en el comunismo fue Moses Hess, satanista practicante, de cuyo libro Die Folgen diere Revolution des Proletariats ("Consecuencias de la revolución proletaria", 1847), partes enteras del Manifiesto de 1848 son casi una paráfrasis. (Más tarde Hess se arrepintió y volvió al judaísmo, pero era tarde: su prole infernal ya estaba esparcida por el mundo.)
Segundo: el sr. Wolff proclama que una de las grandes desventuras de Brasil es el abandono de la Teología de la Liberación, cuyos próceres "habían perdido la guerra contra el clero estafador infiltrado en toda la vida nacional". El lector, como yo, tendrá alguna dificultad en percibir los curas reaccionarios que sobrellenan el Senado, la Cámara, los Ministerios, el aparato estatal de cultura, el movimiento editorial, los canales de TV, las redacciones de periódicos y las editoriales de libros, así como en constatar la ausencia concomitante, en esos locales y hasta en la Presidencia de la República, de discípulos de Fray Betto y Leonardo Boff. Pero la percepción del sr. Wolff, sobre todo después de las dos de la madrugada, penetra en regiones inaccesibles a la visión normal humana. Él ve cosas.
Para mí, todo eso fue una auténtica Sesión Nostálgica. Oyendo a la sra. Marilena Chauí, leyendo a los srs. Francisco Oliveira y Fausto Wolff, entre tantos otros, reviví, proustianamente, mi juventud de militante, cuando atravesaba las noches memorizando el Manual de Marxismo-Leninismo de la Academia de Ciencias de la URSS y conmoviéndome hasta las lágrimas con la convocatoria de Caio Prado Júnior a la sangrería redentora que nos liberaría de la vejatoria "acomodación burguesa" del PCB. En la época no existían los términos "neoliberalismo" y "tucanismo". El pecado se llamaba "reformismo" o 'revisionismo'. Pero, para el automatismo mental comunista, el mero cambio de palabras ya es una innovación formidable.
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Mass media anestésica
En artículo publicado en Globo del día 21, Miriam Leitão reconoce que "hubo fallo generalizado en el sistema de verificación de lo que ocurre en el país. Uno de los culpados es la propia prensa... No divisamos que el dinero era muy harto en el PT para que fuera de buena fuente".
La admisión de la verdad, mismo tardía, puede ser un mérito, siempre y cuando no venga acompañada de nuevas mentiras incumbidas de embellecer los errores confesados, dispensando el pecador de intentar corregirlos y todavía autorizándolo a cometerlos de nuevo de consciencia tranquila.
Miriam empieza por mentir en el uso del verbo. "No vimos", las pelotas. Yo lo vi todo, lo denuncié todo, lo expliqué todo, escribí artículo sobre artículo, en el propio Globo , para alertar contra la criminalidad petista.
La respuesta de mis colegas vino bajo la forma de silencio desdeñoso, rotulaciones peyorativas, boicots, risitas cínicas con aire de superioridad, supresión abrupta de mi columna en tres órganos de mass media.
Lo mínimo indispensable de honestidad exige, de aquel que admite finalmente hechos ampliamente negados, el reconocimiento al mérito de quien no fue escuchado cuando los proclamó a tiempo.
Ese mínimo está infinitamente ubicado más allá de lo que se puede esperar de casi todo el periodismo brasileño.
Miriam, por ejemplo, en vez de cumplir su obligación moral para con el colega que pagó por decir la verdad, hace el elogio de los que ganaron para omitirla. Mass media brasileña, dice ella, es "competente, ágil, investigativa, independiente": si erró -- es la conclusión implícita --, fue por distracción sin malicia.
Cuatro episodios bastan para mostrar cuanto eso es falso:
1. Cuando aparecieron las primeras señales claras de la corrupción del PT, en Rio Grande do Sul, la clase periodística, en vez de investigarlos, fue en peso ofrecerle una "manifestación de desagravio" al sospechoso, el gobernador Olívio Dutra. Denuncié eso en Zero Hora de 2 de diciembre de 2001.
2. Cuando el diputado Alberto Fraga dijo que tenía pruebas de la ayuda financiera de las Farc a la campaña del PT, muchos periódicos habían omitido la noticia por completo, otros la escondieron en un rinconcito de página (v. /semana/030329globo.htm ). Cuando la revista Veja volvió al asunto, el resto de mass media se cerró los oídos.
3. Cuando mostré en el propio Globo que una denuncia contra el Ejército, que le había rentado al periodista Caco Barcelos el Premio Imprensa, no sólo era falsa pero físicamente imposible, ¿cómo reaccionó la bella consciencia de la clase periodística? ¿Averiguando? Ni pensar. Más que deprisa le dio un segundo premio al seudo-reportaje (v. /semana/nditadores.htm ).
4. Finalmente, las actas del Foro de São Paulo y hasta la existencia misma de esa entidad, la más influyente organización política de América Latina, cuyas actividades el pueblo tenía el derecho y la urgencia de conocer para poder juzgar la política nacional, fueron sistemáticamente ocultadas por toda mass media durante quince años. Si divulgadas, jamás el electorado habría caído en el cebo petista.
La omisión de tantos periodistas ante la depravación del PT no fue un lapso involuntario. Fue complicidad consciente, pertinaz, criminal. La corrupción de la política viene de la corrupción de la cultura, y no al contrario. Y la corrupción de la cultura es obra de tres agentes principales: universidad, iglesia y mass media. Por esos tres canales se inyectó en la mente del pueblo, a lo largo de más de tres décadas, la sustancia estupefaciente que lo volvió refractario a cualquier denuncia contra la izquierda y lo indujo a apostar la bolsa, la vida y el futuro en la idoneidad del PT. Y además sobró bastante anestésico para amortiguar los crímenes del propio anestesista.
Traducción: Victor Madera