Lenguaje criminal

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 13 de noviembre de 2003

Algunos antipetistas se regocijan de que, por una frase dicha en �frica, el presidente de la Rep�blica est� siendo fre�do en la misma sart�n pol�ticamente correcta que durante tres d�cadas �l ha ayudado a calentar. Pero eso es el colmo de la mezquindad. Nuestro hombre tiene toda la raz�n al alegar que no dijo nada de particular. Los medios de comunicaci�n internacionales nos bombardean diariamente con tantas im�genes apocal�pticas de la miseria y de la violencia africanas, que cualquiera, al encontrar en ese continente una ciudad limpia, bonita y pac�fica, tiene la impresi�n de estar en otro lugar. El intento de extraer de lo profundo de la observaci�n banal una p�rfida intenci�n racista es �l mismo una perfidia criminal.

En verdad, es algo m�s: es una t�cnica muy precisa de atribuci�n de intenciones, hoy de uso universal y sistem�tico como arma de guerra cultural, inspirada en las especulaciones sem�nticas de la Escuela de Frankfurt y urdida para fomentar artificialmente el odio pol�tico mediante una astuta ingenier�a de la ciza�a.

El argumento impl�cito que el p�blico es inducido a aprobar ah� se basa en una premisa racista oculta que el oyente, en la casi totalidad de los casos, no est� en condiciones de evidenciar por medio del an�lisis, y que acaba aceptando a tontas y a locas al endosarle las conclusiones. Se trata de crear en �l una culpa inconsciente por crimen de racismo, de la que intentar� librarse mediante la inculpaci�n del chivo expiatorio que en ese mismo instante le es ofrecido para ese fin.

Si todo aquel que hace una cr�tica a la sociedad o a la cultura africanas est�, ipso facto, despreciando la raza negra, significa que raza y sociedad, y por tanto cultura, tienen un v�nculo inseparable de dependencia intr�nseca. Cada raza tiene una cultura y cada hombre est� condenado a identificarse con la cultura originaria �de su raza�, sin poder desvincularse de ella e integrarse en otra.

Esa premisa ostensiblemente racista ya no es suscrita por ning�n cient�fico serio. Est� probado y requeteprobado que cualquier hombre, de cualquier origen racial, puede integrarse en cualquier cultura y pasar a representarla con tanta autenticidad como los miembros de la raza que la cre�, como el negro P�chkin personifica la cultura rusa y el jud�o Heine la alemana.

Al aceptar la premisa no declarada de que la cr�tica a la sociedad africana desprecia la raza negra, el oyente ingenuo entra en la l�nea de razonamiento que identifica raza y cultura y se convierte �l mismo virtualmente en un racista malgr� lui. Precisamente por no percibir con claridad las implicaciones de su actitud, no puede evitar la incomodidad psicol�gica de la incongruencia mal concientizada, de la que entonces buscar� alivio proyectando la acusaci�n sobre el primer sospechoso a su alcance.

Todo el control verbal pol�ticamente correcto est� constituido por trucos de esa naturaleza, construidos para paralizar la inteligencia e inocular en las almas una confusi�n de malos sentimientos lista para ser canalizada en la direcci�n del odio irracional m�s deseado. La operaci�n, que se reproduce autom�ticamente usando a sus propias v�ctimas como nuevos agentes de propagaci�n, acaba por convertir a los ciudadanos pac�ficos y bien intencionados en instrumentos de una campa�a de odio con la que, informados de la situaci�n, jam�s admitir�an colaborar.

Si existe un uso criminal del lenguaje, es �se. Dirigido contra los l�deres del viejo r�gimen militar o contra el Sr. Lu�s In�cio Lula da Silva, es igualmente maligno, inhumano y sucio.

Tanto cuanto muchos otros brasile�os, yo desear�a ver al Sr. Lu�s In�cio muy lejos de la presidencia. Pero si para sacarlo de ah� es necesario recurrir a tales m�todos, prefiero que le obsequien con un mandato vitalicio. El ardid, cuando es usado por �derechistas� o �conservadores�, o, mejor dicho, por los oportunistas sin convicciones a quienes la izquierda ha convenido en designar con esos nombres, se vuelve m�s despreciable a�n por a�adir, a la malicia, la estupidez (su contrapartida inseparable, ya que la malicia no es otra cosa m�s que la caricatura demon�aca de la inteligencia). Porque hace falta ser muy, pero que muy est�pido para pensar que es una sagacidad destruir la reputaci�n de un pol�tico izquierdista a costa de consolidar en el alma popular la autoridad del prejuicio pol�ticamente correcto, la gran arma de los fan�ticos izquierdistas en su lucha contra la cordura, la moral y la convivencia civilizada.