Prepotencia gay

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 18 de julio de 2002

Comentando el plan de Do�a Stella Goldenstein, secretaria municipal de Medio Ambiente, de declarar oficialmente �rea gay el punto de prostituci�n masculina en el Parque Ibirapuera, despu�s deremodelarlo bellamente con dinero p�blico, el Sr. Gilberto Dimenstein escribe en la Folha de S�o Paulo de 11 de julio:

�En una ciudad en que los homosexuales organizan las mayores manifestaciones p�blicas..., no han conseguido todav�a un espacio p�blico donde no se sientan amenazados ni tolerados a la fuerza.�

Es la exacta inversi�n de la realidad. Quien recorra las calles Vieira de Carvalho y Aurora, el Largo do Arouche y sus inmediaciones, en el mism�simo centro de la capital, a pocos metros de la redacci�n de la Folha, ver� que los que all� se sienten amenazados o mal tolerados son los no-gays. Me acuerdo de haber pasado una vez por dicho lugar en compa��a de una joven, negra y de familia humilde, muchacha de elevada inteligencia y moralidad, que fue mi empleada dom�stica y se convirti� en mi alumna. La pobre, en medio del carnaval ruidoso de machos que se magreaban descaradamente, se qued� aterrorizada. En un mundo dominado por esos gays, gente como ella ser�a marginada y reducida a la m�s opresiva infelicidad. Y esa gente es ni m�s ni menos que el pueblo brasile�o, pueblo esforzado, religioso y sin pretensiones de una vida de gratificaci�n sexual permanente, aspiraci�n impl�cita en la idea misma de un movimiento pol�tico fundado en preferencias sexuales. �se pueblo era el que all� qued� escandalizado y humillado. Tampoco habr� lugar para �l en el jard�n de las delicias de Do�a Stella Goldenstein.

Si un heterosexual, incluso con la excusa de una excitaci�n gen�sica incontrolable, ostentase en p�blico una d�cima parte de lo que los gays se permit�an all� en materia de impudencia y de mal gusto, ser�a detenido inmediatamente por atentado contra el pudor. No hay calle ni plaza de la ciudad donde parejas de hombre y mujer puedan entregarse libremente al l�brico �aca-�aca que se impone all� como espect�culo obligatorio para el transe�nte. Y mucho menos donde puedan hacerlo con la protecci�n de la autoridad, dispuesta a dar orden de detenci�n a quien ose perturbar sus quehaceres er�ticos. Lo que Do�a Stella Goldenstein pretende conceder a los gays no es un derecho: es un odioso privilegio de casta.

No necesito recordar que siento horror ante cualquier tipo de opresi�n moralista, y la cosa m�s obvia del mundo es que nadie debe sufrir coacci�n por causa de sus preferencias sexuales. Pero es igualmente obvio que el movimiento gay no reivindica el simple derecho de estar libre de coacciones. Exige el derecho de coaccionar como le d� la real gana al resto de la poblaci�n, mediante su conducta marcada por un exhibicionismo histri�nico que brota menos de la homosexualidad (la cual no tiene por qu� ser menos discreta que cualquier otra afici�n er�tica) que de una t�ctica pol�tica y publicitaria calculada para imponer por medio de la agresi�n psicol�gica nuevos patrones de comportamiento y sofocar con la camisa de fuerza del chantaje emocional y del auto-victimismo hip�crita, cualquier reacci�n que se insin�e contra ellos. El primer movimiento que emple� esa t�ctica fue el fascismo. Y funcion�. En pocos a�os los camisas-negras, que eran blanco de chirigota, se convirtieron en objeto de respetuoso temor. Vencieron la discriminaci�n, discriminando al resto del mundo. Es lo que Do�a Stella pretende ayudar a que hagan los gays, financiando la operaci�n con dinero p�blico, a menos que le detenga un repentino e improbable ataque de sentido com�n. Ese ataque podr�a ser inducido artificialmente en la mente de la se�ora secretaria por la lectura de Pink Swastika, de Scott Lively y Kevin Abraham, que muestra las ra�ces de la prepotencia gay en la afinidad y larga asociaci�n hist�rica entre ideolog�a homosexual y nazismo. Pero dudo que Do�a Stella acepte la sugerencia de leer ese libro. Hay cosas que una persona simplemente no quiere saber. Otras personas, en cambio, quieren. Uno de los autores del libro, Kevin Abraham, quiso saber por qu� diablos los activistas gays, cuando no ten�an qu� contestar a sus argumentos, trataban de salir del aprieto llam�ndole nazi -- nada menos que a �l, un jud�o ortodoxo. Quiso saber por qu� ten�an esa obsesi�n de nazismo. Se puso a investigar y lo descubri�. Pero lo que �l descubri� tal vez sea demasiado horrible para Do�a Stella.

En cuanto al Sr. Dimenstein, tambi�n parece tener sobre este caso ese tipo de opini�n formada que se ha vuelto inmune a los acontecimientos. De no ser as�, �c�mo podr�a ignorar tan solemnemente lo que pasa en un sector c�ntrico de la ciudad, que est� justo al lado de su lugar de trabajo?