El ministerio contra la salud

Olavo de Carvalho

O Globo, 29 de junio de 2002

Si nadie se lo ha advertido hasta ahora al estimado lector, se lo advierto yo: los ministerios pueden hacer mucho da�o a la salud. Por lo menos a la salud mental. Si no lo cree, analice conmigo el anuncio del Ministerio de Sanidad en el que un joven gay, abandonado por su pareja, es consolado por su amorosa familia que le augura la pronta llegada de un novio mejor, en el mismo tono de quien pintase ante los ojos esperanzados de la virgen casadera la imagen de ensue�o de su pr�ncipe encantado.

Esa breve lecci�n de moral pol�ticamente correcta condensa, en pocos segundos, toda una constelaci�n de mensajes impl�citos, cuyo explicitaci�n nos llevar� a los descubrimientos m�s sorprendentes.

Desde luego, los valores afectivos y los principios morales de la unidad familiar monog�mica y estable, creada y consolidada con gran esfuerzo a lo largo de milenios de educaci�n judeocristiana, aparecen all� como s�mbolos legitimadores de un tipo de relaci�n que rechaza, de manera frontal y ostensiva, esos mismos valores y principios. Por m�s que se pretenda tergiversarlas, las condenas de la Biblia al hombre que usa a otro hombre como mujer son incuestionables, y es precisamente para elogiar ese uso que el anuncio se sirve del prestigio de un modelo de familia que es, tambi�n inconcusamente, creaci�n hist�rica y expresi�n social de la ense�anza b�blica.

Se trata, por tanto, de un ejemplo caracter�stico de lo que Pavlov denominaba estimulaci�n parad�jica: en ella la mente es invitada a ir al mismo tiempo en dos direcciones que se niegan y se anulan rec�procamente.

La diferencia entre la estimulaci�n parad�jica y la exposici�n franca de una paradoja es que, en la primera, la contradicci�n no se presenta como tal, sino disfrazada de pura identidad l�gica, obvia, pac�fica y sin problemas, de modo que la percepci�n de la incongruencia queda relegada a la penumbra del inconsciente.

Aunque los telespectadores sientan un cierto malestar consciente ante el anuncio, muy pocos ser�n capaces de deshacer el entuerto psicol�gico y de librarse de su efecto mediante la verbalizaci�n expl�cita de la paradoja incrustada en �l. Muchos caer�n en la trampa de discutir su contenido expl�cito pro-homosexual, sin darse cuenta de que en �l hay algo mucho m�s grave que eso.

El resultado de la estimulaci�n parad�jica repetida, seg�n Pavlov, es la ruptura de las cadenas asociativas en las que se basa el razonamiento. Esa ruptura conduce a un malestar ps�quico del que, despu�s de cierto n�mero de repeticiones, el cerebro aprender� a buscar alivio mediante una zambullida en un estado de par�lisis del juicio cr�tico, de estupor de la conciencia. Acosada e inerme, incapaz de una reacci�n eficiente, la v�ctima intentar� ajustarse al nuevo estado de cosas mediante el recurso desesperado a la inversi�n mec�nica de sus reacciones habituales. Los perros empezar�n a morder a su due�o y a lamer las manos de los extra�os. Los seres humanos empezar�n a amar lo que odiaban y a odiar lo que amaban.

Ese cambio puede parecer temporal, pero en verdad no es as�. Experiencias basadas en la teor�a de la �disonancia cognitiva�, del psiquiatra Leon Festinger, han demostrado que cualquier persona, inducida a adoptar, incluso temporalmente, una conducta hostil a sus valores y principios habituales, acabar� en general cambiado retroactivamente de valores y de principios, no mediante una reflexi�n cr�tica seria, claro est�, sino mediante una burda acomodaci�n irracional destinada a aliviar el sufrimiento de la incongruencia mal concienciada.

El modus operandi del anuncio es, por tanto, el de una caracter�stica manipulaci�n de reacciones subconscientes: inocular en la psique del espectador un malestar neurotizador que le obligar� a cambiar de valores y de principios sin haber tenido ni siquiera tiempo de reflexionar sobre el asunto. El da�o ps�quico resultante de la broma les importa muy poco a los planificadores de la mutaci�n. La disonancia cognitiva no reconocida ni tratada como tal, sino eludida mediante la adaptaci�n inconsciente y las racionalizaciones, acabar� minando toda la unidad de la psique, rebajando el nivel de conciencia del individuo, someti�ndolo a nuevos conflictos neur�ticos y haci�ndole vulnerable a todo tipo de manipulaciones consiguientes, principalmente las provenientes del mismo agente estimulador.

El anuncio est� destinado, por tanto, a producir en los telespectadores los m�s espectaculares cambios de conducta, de sentimientos, de opiniones � pero nada de eso a trav�s de una discusi�n democr�tica, de una persuasi�n racional, sino por medio de la manipulaci�n perversa que les transformar� en fantoches en manos de los ingenieros del comportamiento del Ministerio de Sanidad. A estas alturas, el efecto en unos cuantos millones de brasile�os se ha convertido ya en algo pr�cticamente irreversible.

Que semejante violencia se haga en defensa de la homosexualidad o de cualquier otra cosa, poco importa. No es �se el punto. La conducta homosexual podr�a ser amparada jur�dicamente sin dificultad sobre la base del respeto a la privacidad de las opciones individuales, un derecho elemental. Pero legitimarla mediante su identificaci�n artificiosa con las relaciones familiares tradicionales no es defender ni respetar ning�n derecho: es destruir de un s�lo golpe todo el orden racional sobre el que se asienta la noci�n misma de derecho, es paralizar a todas las inteligencias con el uso masivo de la estimulaci�n parad�jica y con la institucionalizaci�n de la disonancia cognitiva. Es reducir a las masas a la m�s d�cil imbecilidad e instaurar la dictadura de la ingenier�a del comportamiento. Hablar de �ciudadan�a�, en esas condiciones, es una broma macabra: la esclavitud psicol�gica es absolutamente incompatible con el libre ejercicio del juicio racional, sin el cual ni existe ciudadan�a, ni libertad, ni democracia.