Antifascismo hitleriano

Olavo de Carvalho

O Globo, 2 de septiembre de 2000

�Por qu� los comunistas se pasan la vida llamando fascistas a los dem�s? Ya he visto ese sambenito colgado en las figuras m�s dispares: cristianos, liberales, conservadores, masones, militares latinoamericanos, anarquistas, socialdem�cratas, musulmanes - todo el mundo. No se libran ni los jud�os: Menachem Begin y Arthur Koestler llevaron ese sambenito unas cuantas docenas de veces.

�De d�nde nace esa man�a, esa necesidad compulsiva de dar a cada desavenencia, por m�s mezquina y estramb�tica que sea, aires de �pico combate antifascista?

Detesto las conjeturas psicol�gicas. Prefiero el m�todo gen�tico del viejo Arist�teles. Casi en el cien por ciento de los casos, el contar c�mo empezaron las cosas es suficiente para una completa explicaci�n de las causas y de los motivos.

Hasta comienzos de los a�os 30, los comunistas no prestaban mucha atenci�n al fascismo o al nazismo. Pap� Stalin les ense�aba desde 1924 que esos movimientos no eran m�s que la radicalizaci�n suicida de la ideolog�a capitalista, que anunciaba el final del imperio burgu�s y la victoria final del socialismo. "El nazismo, se dec�a, es el barco rompehielos de la revoluci�n." De repente, en 1933, partiendo de Mosc� bajo la direcci�n de Karl Radek, una oleada de antifascismo barri� Europa en forma de libros, reportajes, congresos, manifestaciones, pel�culas, obras de teatro. Intelectuales independientes aparec�an en los palcos al lado de los poetas oficiales del Partido. Manifiestos antinazis eran firmados por estrellas del cine.

Entre esas dos �pocas, pas� algo. Adolf Hitler, elegido canciller, se preparaba para grandes conquistas que requer�an el poder absoluto. Ansioso por eliminar a los rivales y no pudiendo abusar del apoyo recalcitrante del ej�rcito alem�n, recurri� a la ayuda de la instituci�n que, en el mundo, era la mejor informada sobre movimientos subversivos: el servicio secreto sovi�tico. La colaboraci�n empez� inmediatamente despu�s de la elecci�n de Hitler. A cambio de la ayuda militar alemana, vital para el Ej�rcito Rojo, Hitler era informado de cada paso de sus enemigos internos. El �xito de la "Noche de los Cuchillos Largos" de 1934 inspir� a Stalin hacer una operaci�n id�ntica en el Partido sovi�tico: �se fue el origen de la Gran Purga de 1936, en la que el servicio secreto alem�n, ya dominado por Hitler, devolvi� los favores sovi�ticos, descubriendo e inventando pruebas contra todo aqu�l al que Stalin deseaba incriminar. El famoso pacto Ribentropp-Molotov fue �nicamente la oficializaci�n p�blica de una colaboraci�n que era ya muy activa desde hac�a seis a�os por lo menos.

La oleada mundial de histrionismo antifascista fue inventada por Karl Radek, en primer lugar, como una amplia operaci�n de distracci�n. En el auge de la campa�a, Radek escrib�a a un amigo: "Lo que all� digo (contra el fascismo) es una cosa. La realidad es muy distinta. Nadie nos dar�a lo que nos da Alemania. El que se imagine que vamos a romper con Alemania es un idiota."

Desde Par�s hasta Hollywood, pululaban los idiotas entre los escritores y artistas. Reclutarlos como "compa�eros de viaje", creando la cultura del comunismo guay que hasta hoy marca la pauta en los medios pedantes de los pa�ses perif�ricos, fue el segundo objetivo de la operaci�n. Eran personas importantes, creadoras de opini�n, que conservaban su identidad externa de independientes, al mismo tiempo que serv�an obedientemente al comunismo porque sus vidas eran controladas a trav�s del soborno, la implicaci�n y el chantaje. Un ejemplo entre centenares: Andr� Gide, que era homosexual, durante a�os no tuvo un compa�ero de cama que no fuese colocado ah� por el espionaje sovi�tico. Cuando se neg� a colaborar, la porquer�a coleccionada en los archivos cay� sobre �l. Por an�logos procedimientos, el espionaje sovi�tico puso a su servicio a Andr� Malraux, Ernest Hemingway, Sinclair Lewis, John dos Passos y muchos otros, como tambi�n a actores y actrices de Hollywood, que, adem�s del glamour, garantizaban a Mosc� un regular flujo de d�lares, moneda indispensable en las operaciones internacionales. El control de los intelectuales era hecho directamente por agentes sovi�ticos, en general al margen de los partidos comunistas locales, a quienes por eso les cogi� por sorpresa el pacto de 1939.

La tercera finalidad del "antifascismo" fue reclutar esp�as en las altas esferas intelectuales. Algunos de los m�s c�lebres agentes sovi�ticos, como Kim Philby, Guy Burgess, Alger Hiss y Sir Anthony Blunt, entraron en el servicio por medio de la campa�a. Seg�n lo combinado con Hitler, ninguno de los reclutados entonces fue usado contra la Alemania nazi, sino todos contra los gobiernos antinazis occidentales.

Comunistas, esp�as y "compa�eros de viaje" cargan un pesada culpa por el m�s s�rdido fraude jam�s montado por una asociaci�n de tiranos. En sus manifestaciones m�s notorias, toda la cultura antifascista de la �poca, el esp�ritu del Front Popular, matriz del antifascismo cursi que a�n subsiste en Brasil, fue la colaboraci�n consciente con una farsa, sin la que las tiran�as de Hitler y de Stalin no habr�an sobrevivido a sus oposiciones internas; sin la que, por tanto, no habr�a habido ni Cuchillos Largos, ni Gran Purga, ni Holocausto.

La neurosis, dec�a un sabio amigo m�o, es una mentira olvidada en la que todav�a crees. La compulsi�n comunista de manifestar su antifascismo llamando fascistas a los dem�s pone de manifiesto el cl�sico ritual neur�tico del exorcismo proyectivo, en el que el enfermo se deshace artificialmente de sus culpas carg�ndoselas a un chivo expiatorio. En los viejos, es hipocres�a consciente. En los j�venes, es asimilaci�n simiesca de un s�ntoma ancestral que acaba neurotiz�ndolos retroactivamente, convirti�ndolos en los guardianes inconscientes de un secreto macabro.

Por eso, amigo m�o, cuando un comunista te llama fascista, no te rebajes intentando explicar que no lo eres. Nadie en este mundo le debe explicaciones a un colaborador de Hitler.