Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 31 de agosto de 2000
Los indios que cometieron des�rdenes durante los festejos de los 500 a�os del Brasil y que fueron reprimidos por la polic�a est�n exigiendo una indemnizaci�n multimillonaria. Uno de los motivos alegados es: �da�os culturales�. Pero �cu�nto deber�a cobrarles el Estado por el da�o que, al servicio de potencias extranjeras, causan a la cultura nacional al negar p�blicamente la legitimidad de la existencia de Brasil como naci�n? S�, cuando proclaman que el territorio es suyo, que todos los que vinimos en las carabelas o en las levas de inmigrantes somos intrusos y usurpadores, lo que reivindican es la devoluci�n de la propiedad del mayor latifundio que ha existido jam�s en la faz de la Tierra, y la consiguiente disoluci�n del Estado indebidamente instalado en su propiedad por una banda de ocupas, trepas y criminales.
Un Estado que acepta discutir en esos t�rminos ya no necesita ni siquiera ser destruido: ya est� acabado. Porque la protesta de los indios no ha sido dirigida contra el gobierno, contra el r�gimen, contra esta o aquella ley: ha sido dirigida, con toda la fuerza de una fingida irracionalidad, contra la civilizaci�n brasile�a en su conjunto � exceptuado el elemento ind�gena � y, por tanto, contra la existencia del organismo estatal que es la cristalizaci�n jur�dica y pol�tica de su obra de cinco siglos. El que lo hagan de manera acentuadamente parad�jica, ampar�ndose a la sombra de las leyes de un Estado soberano para negar la soberan�a de ese mismo Estado, es un cortocircuito l�gico que podr�a ser atribuido a la ingenuidad presuntuosa de los pueblos que a�n no han acabado de despertar a las realidades complejas de la civilizaci�n moderna, si no fuese, m�s bien, un nonsense planificado, elaboraci�n de la astucia de los estrategas europeos y norteamericanos que les orientan, todos ellos bien entrenados en la t�cnica de suscitar crisis mediante la estimulaci�n contradictoria de la opini�n p�blica, en el arte de desmantelar la reacci�n de un pueblo mediante el choque de los sofismas paralizantes. Crear �movimientos sociales� en el Tercer Mundo es hoy una profesi�n especializada, ense�ada a alumnos europeos y norteamericanos en cursos de alto nivel en los organismos internacionales. Ninguna, absolutamente ninguna reivindicaci�n o agitaci�n ha surgido en este pa�s en los �ltimos veinte a�os que no haya sido planeada por ingenieros sociales extranjeros, subsidiada por fundaciones y gobiernos extranjeros, respaldada por los medios de comunicaci�n extranjeros y enmarcada meticulosamente en una estrategia global en la que los intereses de los reclamantes no son m�s que detonantes para desencadenar unas transformaciones que van mucho m�s all� de lo que esas cabreadas marionetas se pueden imaginar.
Cada uno de esos movimientos es puro chantaje, concebido para asestar un golpe mortal a la soberan�a del Estado brasile�o. Es un paso m�s en la marcha incesante y brutal de la centralizaci�n, en la que un poder mayor, con pretensiones de monopolio, destruye los poderes intermediarios con la ayuda de los grupos menores, descontentos con la situaci�n local.
Ya he escrito, otras veces, en defensa de las culturas ind�genas. Pero, hoy, discutir la justicia o injusticia de la causa ind�gena en abstracto y fuera del contexto pol�tico mundial es caer en una trampa l�gica, en un juego de distracci�n hipn�tica de la atenci�n. Nadie que reclama justicia empieza negando la autoridad del tribunal al que recurre. Lo que los indios y sus mentores est�n exigiendo no es justicia: es la destrucci�n del tribunal.
La manifestaci�n que tuvo lugar durante los festejos posee los rasgos inconfundibles de una operaci�n planeada por cient�ficos del comportamiento para engendrar artificialmente un callej�n sin salida: permitirla ser�a dar car�cter oficial a la negaci�n de la legitimidad del Estado brasile�o; reprimirla es exponerse a humillaciones en los medios de comunicaci�n internacionales y a enredos jur�dicos como esa grotesca petici�n de indemnizaci�n.
Los indios, anta�o, fueron pueblos indefensos, que s�lo sobrevivieron a la derrota gracias a la generosidad del vencedor, generosidad que ellos mismos jam�s tuvieron con las tribus con las que guerreaban. Hoy, los indios son un arma terrible en manos de las potencias que rigen el mundo, y se aprovechan de esa situaci�n para conseguir ventajas abusivas y para destruir al Estado que les acogi� y les concedi� derechos especiales. La malicia de su estrategia pone de manifiesto que ya no les queda nada de ese pretendido car�cter �primitivo� que un d�a justific� la promulgaci�n de dichos derechos: han alcanzado su mayor�a de edad y se han convertido en un grupo pol�tico moderno, astuto y peligroso, aliado de los intereses imperialistas y enemigo jurado de la naci�n brasile�a.