Gilberto Freyre en la USP

Olavo de Carvalho

O Globo, 26 de agosto de 2000

Mientras Aldo Rebelo, Jacob Gorender y yo realiz�bamos en la PUC-SP [Pontificia Universidad Cat�lica de S�o Paulo] nuestra peque�a "glasnost" intelectual en torno a la celebraci�n del centenario de Gilberto Freyre, una descongelaci�n similar se preparaba en el m�s improbable de los "freezers": la USP [Universidad de S�o Paulo], el foco de la m�s recalcitrante hostilidad al autor de "Casa-grande & senzala", detestado all� como el antagonista reaccionario de la sociolog�a paulista, marxista y petista del Dr. Florestan Fernandes.

Al ser invitado a participar, pens�: hombre, el Brasil se civiliza. S�, ma non troppo. La tard�a admisi�n al templo del izquierdismo cuatri-centenario le cost� al muerto ilustre un precio exorbitante: ser sometido a an�lisis peyorativos, ser responsabilizado por los desmanes del gobierno militar y, lo que es peor, ser aclamado como el mayor soci�logo brasile�o... despu�s del Dr. Florestan Fernandes.

"Oh, Peter, no has cambiado nada." La USP tampoco. Simulando un homenaje, la �ancianita� s�lo repiti�, entre p�lidas sonrisas, las mismas cosas que antiguamente dec�a entre muecas de odio.

Dejando a un lado los restantes chismorreos, dir� lo que pienso de la confrontaci�n entre el soci�logo pernambucano y el paulista. Para Gilberto, Brasil constituye una civilizaci�n original, en la que el mestizaje avasallador puso las bases de un nuevo modelo de convivencia entre las razas, tendiendo a mitigar espont�neamente los conflictos y las diferencias.

Para Florestan, el r�gimen de esclavitud cre� una sociedad estratificada, que, al pasar de agr�cola a industrial, reserv� la mejor cota de las oportunidades para los blancos, repitiendo, en el conflicto de las razas, la lucha de clases.

Las dos visiones corresponden a alguna realidad. Existe el Brasil mestizo y existe el Brasil estratificado. Existe el Brasil de familia multicolor y el Brasil en el que la mayor�a mestiza, junto con la minor�a negra, se queda con la parte menor y peor del pastel. Negar cualquiera de los dos es una locura.

La diferencia es la siguiente: lo que Gilberto aprehende son rasgos profundos, duraderos, que marcan la originalidad de una cultura en formaci�n y de los valores que tiene para ofrecer al mundo. Lo que Florestan describe es una situaci�n pasajera, que por su propia evoluci�n econ�mica va diluy�ndose y tiende a desaparecer.

Esa diferencia proviene de otra, m�s b�sica: el horizonte de visi�n de Gilberto es incomparablemente mayor. Abarca y transciende cualquier fen�meno particular y datado. No hay dificultad en asimilar, en el cuadro gilbertiano, las dificultades encontradas por los descendientes de los esclavos para integrarse en la sociedad industrial. Lo que no tiene sentido es intentar ampliar inflacionariamente ese aspecto para hacer de �l el principio de una interpretaci�n general de Brasil, opuesta y rival a la de Gilberto.

En verdad, lejos de dar una base emp�rica a la hip�tesis de un Brasil estructuralmente racista, el fen�meno se�alado por Florestan es el resultado de un accidente ajeno a los conflictos de razas. Entre la abolici�n de la esclavitud y el primer brote industrial brasile�o pasaron m�s de 40 a�os. En ese per�odo la poblaci�n negra y mestiza se multiplic� a un ritmo enorme sin que se multiplicasen concomitantemente los empleos. Su exclusi�n econ�mica naci� de ese desfase. Los negros no se quedaron sin empleo por culpa de los racistas blancos: se quedaron sin empleo porque no hab�a empleo. Se quedaron sin trabajo y tambi�n sin instrucci�n y, fatalmente, fueron superados por los emigrantes que ya ven�an instruidos y entrenados. Es estupidez o perversidad recurrir a una rebuscada hip�tesis acusatoria para explicar un hecho que est� ya m�s que explicado por una imposibilidad econ�mica pura y simple.

Por otra parte, la analog�a florest�nica de razas y clases, ampliada y generalizada, no es ninguna teor�a nueva y original. Cuando Florestan a�n usaba pa�ales, en 1933, el mismo a�o de la publicaci�n de "Casa-grande & senzala", Josef Stalin daba al Comintern la orden de que los intelectuales comunistas abordasen las relaciones de razas en t�rminos de lucha de clases, para capitalizarlas en beneficio de la causa comunista. Que un soci�logo del Tercer Mundo obedezca con tres d�cadas de atraso a un mandato estalinista no es propiamente algo que pueda ser considerado como un gran acontecimiento intelectual. Por eso mismo, va a parar a la lista de los mitos auto-lisonjeros de la �paulicea� la fama de excelso rigor cient�fico de la obra de Florestan, que sus devotos alegan como raz�n para considerarla superior a lo que llaman "sociolog�a ensayista" de Gilberto.

Gilberto, en efecto, no s�lo dominaba todos los m�todos sociol�gicos e hist�ricos conocidos en su tiempo -- y precisamente por dominarlos sab�a relativizarlos -- sino que tambi�n fue el inventor de unos cuantos m�s, que las posteriores revoluciones cient�ficas acabaron consagrando como conquistas fundamentales. El pobre Florestan, en cambio, no hizo otra cosa que embrollarse, con una mezcla de dial�ctica marxista y de inductivismo durkheimiano cuyo completo non sense ha sido demostrado por Alberto Oliva en "Ci�ncia e ideologia: Florestan Fernandes e a forma��o das ci�ncias sociais no Brasil" (Porto Alegre, Edupucrs, 1997), un libro que en la USP no ha le�do nadie - o, si lo ha le�do, lo ha escondido.

No, Florestan no era riguroso. �nicamente confund�a el rigor metodol�gico con el semblante sombr�o de profesor marxista.

No hay, pues, una escuela freyriana en discordia con una escuela paulista. Lo que hay es una sociolog�a freyriana contra una doctrina estalinista legitimada ex post facto por un montaje chapucero de pretextos metodol�gicos. La disputa s�lo ha existido en la imaginaci�n uspiana, incapaz de distinguir entre un genio universal y un funcionario p�blico estatal.