La naturaleza invisible

Olavo de Carvalho

O Globo, 19 de agosto de 2000

Para la tradici�n cristiana, reforzada en la Edad Media por el injerto aristot�lico, la posici�n que un hombre ocupa en la sociedad es un accidente que no afecta para nada a su esencia universal humana, igual a la de todos los dem�s miembros de la especie. Rico o pobre, laico o cl�rigo, se�or o esclavo, el animal racional tiene los dones, los l�mites y las responsabilidades de lo humano. La igualdad de los ciudadanos ante la ley no es m�s que la formulaci�n moderna y jur�dica de esa evidencia que la Iglesia s�lo a duras penas consigui� imponer a las culturas xen�fobas, profundamente imbuidas de la falsa impresi�n de una diferencia natural, esencial, irreductible entre sus miembros y los de las comunidades vecinas, impresi�n que, en muchas de esas culturas, se traduc�a en la inexistencia de un t�rmino com�n para designar a unos y a otros.

Si esa igualdad es natural, su percepci�n, en cambio, no lo es de ninguna manera: es un aprendizaje, es una obra de civilizaci�n, es una posesi�n incierta que cualquier conmoci�n puede hacer peligrar. En todo momento, conflictos y fanatismos obscurecen esa verdad fundamental y entronizan en su lugar las diferencias de clases, de razas, de naciones, de culturas. Para el nazi, la diferencia entre �l y el jud�o no es una casualidad gen�tica: es un abismo esencial, ontol�gico, infranqueable. Los accidentes ocupan el lugar de la esencia: lo humano desaparece y no queda m�s que sus determinaciones secundarias.

Entre los factores que debilitan la percepci�n de la unidad esencial de la especie y reducen a nada el principio de la igualdad jur�dica que de ella deriva, destaca hoy en d�a, por la virulencia y amplitud de su acci�n paralizante sobre los cerebros humanos, la herencia marxista.

Para el marxista, la noci�n de naturaleza humana, considerada universalmente, es s�lo una abstracci�n sin contenido, un falso esquema creado por la propensi�n est�tica y a-hist�rica del "pensamiento burgu�s". La naturaleza humana, argumenta Marx, s�lo existe en sus manifestaciones temporales, hist�ricas, y existe precisamente como capacidad de hacer Historia mediante el trabajo. Luego no hay "una" naturaleza humana, sino una sucesi�n de naturalezas hist�ricamente creadas y condicionadas: la naturaleza del propietario romano y la de su esclavo, la del se�or feudal y la del siervo de la gleba, la del burgu�s y la del proletario.

El car�cter terriblemente primario de esa teor�a salta a la vista - de quien la tenga, claro. Pues cualquier cosa que exista de modo ininterrumpido a lo largo de la Historia no puede, al mismo tiempo, ser producto de la misma. Todo lo que es hist�rico surge y desaparece, empieza y acaba, y por eso mismo est� "dentro" de la Historia, abarcado por la dimensi�n del devenir hist�rico. Pues bien, la capacidad de actuar, de trabajar, de transformar deliberadamente el mundo material, la capacidad, en definitiva, de hacer Historia, est� presente en el hombre de manera constante y sin fisuras desde su aparici�n sobre la Tierra. Suspenderla, aunque s�lo fuese unos minutos, acarrear�a la inmediata destrucci�n de la especie humana.

Esa capacidad no puede ser una creaci�n de la Historia porque es, pura y simplemente, el presupuesto de la misma - un presupuesto tan evidentemente natural y biol�gico, tan evidentemente ante-hist�rico y supra-hist�rico que ning�n historiador serio ha intentado jam�s abarcarlo en el �mbito de su ciencia, �mbito cuyo l�mite externo es fijado por ese mismo presupuesto. En el correr de los tiempos, esa capacidad puede expresarse de maneras diversas, pero no puede desaparecer y reaparecer dentro del tiempo hist�rico como aparece y desaparece todo lo que la Historia abarca y narra. Por tanto, la visi�n de una naturaleza humana supra-hist�rica no es ning�n error del "pensamiento burgu�s est�tico", sino simplemente el descubrimiento certero de una ciencia mayor, de un genio m�s alto que todo lo que el talento subordinado y deficiente de Karl Marx pod�a concebir. Reducir a un producto de la Historia lo que es el fundamento de la posibilidad de toda Historia es rigurosamente lo mismo que fotografiar a una vaca y a continuaci�n orde�ar la m�quina para sacar leche de la pel�cula. Puede que eso haya impresionado a los militantes, pero, para quien tenga una cierta preparaci�n filos�fica, es una bobada descomunal.

Y, sin embargo, sucede que esa bobada se ha convertido, para muchas personas ilustradas, en la base de todo juicio moral y de toda noci�n de "derecho". Y entonces ya no s�lo existen diferentes naturalezas humanas seg�n las clases sociales, sino que encima esa noci�n va acompa�ada de la creencia de que algunas de esas clases son siempre culpables y otras inocentes. Para el juez de lo penal imbuido de esa mentalidad, no hay nada m�s natural que, una vez abolida la identidad de naturaleza que fundamenta la igualdad ante la ley, instituir o suprimir derechos seg�n que el acusado pertenezca por nacimiento o fortuna a la clase de los culpables o a la de los inocentes. Hasta la escala de la gravedad de los delitos, una vez perdida la unidad l�gica, se vuelve variable seg�n sea la clase social: es m�s grave que un miembro de la clase culpable se lucre con la subida del d�lar que el que uno de la clase inocente venda t�xicos, mate, secuestre y estupre. El "pathos" emocional y los discursos airados que refuerzan ese tipo de decisiones, hoy en d�a, coh�ben y disuaden hasta las objeciones m�s razonables y ayudan a dar aires de una superior justicia divina a lo que es, en realidad, la manifestaci�n jur�dica de un escotoma adquirido, la expresi�n grotesca de una mentalidad mutilada. Y la parte m�s activa y entusiasta del aparato punitivo del Estado se encuentra hoy en manos de esas personas intelectualmente mutiladas. Con el mayor desparpajo, con la conciencia tranquila de quien no tiene ninguna conciencia, esas personas convertir�n esa m�quina, cada vez m�s, en un arma mort�fera al servicio de la venganza pol�tica.