Libertinos y opresores
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 17 de agosto de 2000
Con raz�n se imputa a todo autor de escritos antisemitas una responsabilidad moral por la masacre de los jud�os en la Alemania nazi. Pero hay un obstinado rechazo a percibir id�ntica relaci�n de causa y efecto entre la masiva propaganda anticristiana de los tres �ltimos siglos y las oleadas de persecuci�n religiosa que, entre las revoluciones francesa, mejicana, espa�ola, rusa y china mataron, seg�n el m�s moderado de los c�lculos, a 20 millones de cristianos. Esa ceguera intencional es mucho mas inexcusable cuando se sabe que, en vez de haber en ese caso una simple coincidencia accidental de las palabras de unos con los actos de otros, los ataques verbales y la violencia f�sica partieron siempre de la misma fuente: los l�deres revolucionarios que pretendieron, seg�n las palabras de Lenin, "barrer el cristianismo de la faz de la tierra".
Es evidente que el efecto acumulado de acusaciones, ataques pol�micos, reportajes hist�ricos, s�tiras y chacotas, novelas, obras de teatro y pel�culas de esc�ndalo borra los rasgos humanos del rostro de su v�ctima, transform�ndola en algo entre despreciable y monstruoso, al mismo tiempo que insensibiliza al p�blico, prepar�ndolo para aceptar como normales y corrientes las crueldades que se cometan contra ella.
La m�s grotesca y perversa forma de propaganda anticristiana es la explotaci�n de la curiosidad adolescente en torno a la vida sexual de curas y monjas. Es natural que la imaginaci�n fantasiosa de un joven t�mido, ardiendo en deseos insatisfechos, haga de las personas sometidas al voto de castidad un s�mbolo ampliado de su propia frustraci�n, y las conciba como bacantes encarceladas, gimiendo y echando espumarajos de lujuria entre rejas. Es natural que el imb�cil juvenil se imagine un burdel en los s�tanos de cada claustro y que no pueda pensar en monjas sin ser sacudido por violentas erecciones. Pero la era moderna ha hecho de eso un g�nero literario, una tradici�n art�stica, que desde Diderot, Sade y Laclos hasta el cine de Bu�uel y Kawalerowicz ha adornado con elegantes excusas una concepci�n pueril y analfabeta de la vida religiosa.
De ah� nace esa hipocres�a que, d�ndoselas de defensora de la libertad, presenta a los religiosos como v�ctimas de una represi�n injusta y brutal, como si la vida mon�stica fuese para ellos una penalidad impuesta a la fuerza y no una vocaci�n que, antes de traducirse en compromiso, debe pasar por toda clase de pruebas y de barreras disuasorias.
La revista Isto� acaba de entrar en la biblioteca de la subliteratura er�tico-mon�stica, con un n�mero especial de "sex lib" anticlerical suscitado por la edici�n del libro autobiogr�fico Outros H�bitos (Editora Garamond), de Anna Fran�a, una ex-religiosa en cuyo acervo de experiencias espirituales destaca un caso de amor lesbiano con la entonces superiora de su convento.
La revista no esconde su simpat�a por Do�a Anna, llam�ndola "intr�pida", como si hiciese falta intrepidez para desafiar, con el respaldo de los medios de comunicaci�n, de la moda, del Estado y de todos los bien-pensantes, a una Iglesia que ya no puede defenderse m�s que con las hojas de los periodiquillos parroquiales...
Todo el enfoque del tema es, ah�, m�s que perverso: es inverso. Pero la inversi�n no est� s�lo en la actitud general, sino en el contenido mismo de los hechos presentados. Do�a Anna cuenta que en el convento hab�a, bien a las claras, parejitas de enamoradas, pero que jam�s fueron reprimidas, porque la tortillera en jefe era, en definitiva, la autoridad reinante, a la que nadie osar�a contrariar, adem�s de ser una persona acaudalada cuyas d�divas acallaban muchas conciencias. S�lo que, tras narrar esos hechos que hablan por s� mismos, Do�a Anna quiere que digan lo contrario de lo que dicen. Los presenta como una denuncia contra la Iglesia, cuando la Iglesia es manifiestamente, en el caso, la v�ctima de la prepotencia y del oportunismo de una lesbiana que se infiltra en ella para aprovecharse de la autoridad de la instituci�n y usarla para la satisfacci�n ego�sta de deseos personales colocados por encima del deber, como hay profesores que se aprovechan de sus alumnos, sargentos de sus reclutas, patrones de sus empleados. Casos como �sos no son raros. �Son argumentos contra la moral conservadora? �O m�s bien contra el autoritarismo omnipotente de unos libertinos que preferir�an ver perecer a media humanidad antes que refrenar un poco sus deseos? Cuenten el n�mero de muertos de las revoluciones animadas por esos libertinos y d�ganme qui�n es, en esa epopeya hedionda, el oprimido y qui�n el opresor. O, para simplificar, d�ganme s�lo qu� har�an con la Iglesia Isto� y el resto de los medios de comunicaci�n si, en vez de dejar que esa monja montase en el convento su isla particular de las Amazonas, castigase su conducta inmoral con la expulsi�n.