Jornal da Tarde, 3 de agosto de 2000
Hyppolite Taine cuenta que, a los 21 a�os, vi�ndose elector, se dio cuenta de que no sab�a nada de lo que era bueno o malo para Francia ni de las ideolog�as en disputa en las elecciones. Se abstuvo de votar y empez� a estudiar el pa�s. D�cadas despu�s, salieron a la luz los cinco vol�menes de Origines de la France Contemporaine (1875), un monumento de la ciencia hist�rica y uno de los libros m�s iluminadores de todos los tiempos. El joven Taine no vot�, pero el Taine maduro ayud� a muchas generaciones, en Francia y fuera de ella, a votar con m�s seriedad y conocimiento de causa, sin dejarse enga�ar por las falsas alternativas de la propaganda inmediata. Conocer primero para juzgar despu�s es el deber n�mero uno del hombre responsable - deber que el voto obligatorio, con la excusa de ense�ar, fuerza a olvidar.
Taine fue muy le�do en Brasil, y su ejemplo produjo algunos frutos. Entre los que tuvieron el camino de su vida decidido por su influencia se encontraba el joven Affonso Henriques de Lima Barreto. Aprendi� con Taine que las cosas pueden no ser lo que parecen. Como novelista, plasm� la imagen de la ambig�edad constitutiva de las actitudes humanas en el duelo de personalidades del mayor Quaresma con Floriano Peixoto, donde el �retr�grado� demuestra ser un profeta y el �progresista� un dictador taca�o y ciego. Pero el mensaje de esa historia, a pesar de haber sido consagrado por el cine, no ha quedado impregnado en la mente de las nuevas generaciones. Tal vez nunca llegue a quedar impregnado, precisamente porque, amputado de la �tica taineana de la prioridad del saber, que le sirve de moldura, se reduce a una observaci�n casual que puede ser diluida en un aluvi�n de lugares comunes. Hoy, de hecho, raramente se encuentra un joven que no quiera, ante todo, "transformar el mundo", y que, en funci�n de ese "parti pris", no aplace hasta las calendas griegas el deber de preguntarse qu� es el mundo.
S�, en Brasil cultura e inteligencia son asuntos para despu�s de la jubilaci�n. Cuando todas sus decisiones ya hayan sido tomadas, cuando el conjunto de sus efectos se haya convertido en un torrente irreversible y su existencia haya entrado decisivamente en su etapa final de decadencia, entonces el ciudadano pensar� en adquirir conocimiento - un conocimiento que, a esa altura, s�lo podr� servir para informarle de lo que deber�a haber hecho y no hizo. Preveyendo los dolores in�tiles del arrepentimiento tard�o, eludir� entonces instintivamente la confrontaci�n, absteni�ndose de juzgar su vida a la luz de lo que sabe ahora.
Embalsamado en un nicho de amateurismo est�tico, el conocimiento perder� toda su fuerza iluminadora y transfiguradora, quedando reducido a un colgajo inocuo, a un adorno inofensivo de una vil vejez. He ah� en qu� termina la vida del que, en su juventud, en vez de esperar hasta comprender, cedi� a la tentaci�n lisonjera de la primera invitaci�n y se convirti� en un "participante", en un "transformador del mundo".
Yo tambi�n ca� en eso, pero tuve la suerte de que mi carrera de transformador del mundo fue detenida, nada m�s empezar, por un mont�n de perplejidades paralizantes que me obligaron a abandonarlo todo y a marcharme a mi casa a pensar. Acosado por preguntas que superaban mi capacidad de respuesta, fui privado, por el buen Dios, de la oportunidad de intentar transformar el mundo a imagen de mi propia estupidez.
Pero esa suerte es rara. Brasil es el pa�s del genio prematuro, degradado a bobalic�n senil en la primera curva de la madurez. Cuando contemplo ese circo decr�pito de la revista Bundas, donde c�micos oxidados se esfuerzan en repetir las "performances" de 30 a�os atr�s, que en su imaginaci�n escler�tica se han petrificado en emblemas estereotipados de "vida" y de "juventud"; cuando, leyendo Caros Amigos, veo hombres con el pelo blanco extenu�ndose por recuperar su imagen idealizada de la pandilla juvenil de los "A�os Dorados", no puedo dejar de se�alar que en todas esas personas que hablan en nombre del futuro su sentimiento dominante es la a�oranza de s� mismas. No les falta a esos individuos la conciencia de que sus vidas fracasaron. Pero atribuyen la culpa a los dem�s, al gobierno militar que impidi� a su generaci�n "llegar al poder". Sin embargo, la excusa es falsa, porque, bien o mal, est�n en el poder. Eran j�venes militantes, hoy son diputados, son catedr�ticos, son escritores de �xito, son formadores de opini�n. �Por qu�, entonces, lamen con tanta nostalgia y resentimiento las heridas de su juventud perdida? Es porque fue perdida en un sentido mucho m�s profundo e irremediable que el de la mera derrota pol�tica. Y ahora es tarde para volver atr�s.