La vieja alucinaci�n

Olavo de Carvalho

�poca, 22 de julio de 2000

Cada nueva generaci�n de comunistas comienza diciendo que sus antecesores no hab�an entendido nada

Cada generaci�n de comunistas vive de rechazar a sus predecesoras. El propio marxismo naci� de una cr�tica demoledora a sus precursores �ut�picos�. Marx promet�a que en adelante todo iba a ser tremendamente cient�fico, y para eso empez� ocultando los datos econ�micos recientes, ya que las estad�sticas de 30 a�os atr�s eran m�s apropiadas para su teor�a.

Por ese riguroso m�todo descubri� que una revoluci�n comunista s�lo pod�a tener lugar en un pa�s lleno de proletarios. No era el caso de Rusia, que s�lo ten�a condes, campesinos, empleados p�blicos y estudiantes � una sarta de reaccionarios y de oportunistas. Pero, para Vladimir I Lenin, eso no era ning�n problema. Si Rusia ten�a pocos proletarios, ten�a muchos comunistas: bastaba que el Partido hiciese la revoluci�n en nombre de los futuros proletarios y, cuando �stos naciesen, ser�an informados, en sus cunitas, de que estaban en el poder desde hac�a la tira de tiempo. El leninismo cre� la clase gobernante m�s poderosa, organizada e implacable que haya existido jam�s (implacable hasta consigo misma: nadie en el mundo ha matado m�s comunistas que ellos mismos). Cuando la revoluci�n estaba consolidada y los peque�os proletarios empezaron a surgir, les dijeron que ya no quedaban plazas en la Nomenklatura.

Sin embargo, la Revoluci�n Rusa no desminti� completamente a Marx. Desde un cierto punto de vista le fue muy fiel. Marx dec�a que en el campo s�lo hab�a reaccionarios, una �basura �tnica� (sic) que ten�a que ser barrida del higi�nico mundo futuro. Los campesinos rusos confirmaron eso de pe a pa, oponi�ndose tenazmente a la pol�tica antirreligiosa y a la colectivizaci�n de la agricultura, lo que oblig� al gobierno a liquidarlos a mansalva.

En China, en cambio, el ej�rcito revolucionario de Mao Ts�-tung, expulsado de las ciudades, tuvo que refugiarse en la selva y se qued� sin proletarios y sin funcionarios p�blicos en muchos kil�metros a la redonda. El Gran Mao sac� de ah� la conclusi�n de que los hombres del campo eran los seres m�s revolucionarios del planeta, la verdadera esencia m�stica del proletariado. La nueva doctrina era tan cierta que, para tomar y ejercer el poder en nombre de los campesinos, Mao tuvo que mandar matar s�lo a 60 millones de ellos.

Pero, para el �eurocomunismo� que vino despu�s, todas esas estrategias hist�ricas no pasaban de ilusiones. Lo �nico real era s�lo la estrategia de infiltraci�n pac�fica propugnada por Antonio Gramsci, seg�n la cual la revoluci�n ser�a hecha con frascos de anest�sico � subrepticiamente, sin que nadie se enterase. La violencia, de ser necesaria, ser�a usada s�lo despu�s, con todos las comodidades y garant�as del poder. La �revoluci�n pasiva� que Gramsci anunciaba, sin embargo, fue tan pasiva que no ocurri�. El estoque de anest�sicos fue ingerido por los propios comunistas, que s�lo se despertaron con el estruendo de la ca�da del Muro de Berl�n.

Cada generaci�n de comunistas comienza diciendo que sus antecesores no entendieron bien el esp�ritu de la cosa, pero que, ahora s�, los malditos capitalistas se van a enterar de lo que vale un peine. Entre fracasos hediondos y �xitos macabros, as� camina la humanidad: es el eterno script de la novela revolucionaria. Pero no importa. �Qu� son unas decenas de millones de muertos como precio de la m�s fascinante experiencia alucin�gena que se haya inventado jam�s?

Por eso, cuando oigo hablar de una nueva cosecha de comunistas, cojo enseguida mi pasaporte.