Asesinato de la oportunidad

Olavo de Carvalho

�poca, 15 de julio de 2000

Los discursos ficticios contra la pobreza est�n matando, de modo ego�sta, nuestra oportunidad de salir de ella

Las demostraciones de esc�ndalo ante la pobreza en este pa�s son tan enf�ticas, tan hiperb�licas, que cualquiera dir�a que un nivel de vida de Primer Mundo es algo sencillamente natural y que su ausencia, en cualquier lugar del planeta, es una absurdidad inaceptable para la raz�n humana. En verdad, la pobreza ha acompa�ado al Homo sapiens desde su origen, y el florecimiento extraordinario de riquezas en algunos puntos de la Tierra en los �ltimos siglos eso s� que es un fen�meno extra�o, carente de explicaci�n satisfactoria hasta el momento. La profusi�n de libros que prometen explicar las �causas del subdesarrollo� s�lo ha servido para camuflar el hecho de que el desarrollo a�n no ha sido comprendido en modo alguno. S�lo un chiflado puede pretender explicar lo que no ha pasado cuando ni siquiera entiende lo que ha pasado.

Hay tres hip�tesis b�sicas para explicar el �xito econ�mico: la teor�a de Karl Marx, seg�n la cual la riqueza capitalista se forma mediante la substracci�n de la plus-val�a (diferencia entre el salario y el valor objetivo del trabajo), la de Max Weber, basada en la concentraci�n de esfuerzos propiciada por la �tica protestante, y la de Alain Peyrefitte, seg�n la cual el desarrollo nace de ciertas condiciones culturales y psicol�gicas que favorecen la creatividad econ�mica, la libre negociaci�n y la fidelidad a los contratos. La primera fue desacreditada por sus errores de previsi�n, por sus fallos l�gicos y por la revelaci�n de que utiliz� estad�sticas manipuladas. La segunda hizo aguas porque su autor muri� sin haber conseguido confirmarla. La tercera es la que me parece la m�s cierta, pero eso es lo m�ximo que puedo decir.

Si sencillamente no sabemos c�mo se produce un fen�meno, �por qu� indignarnos ante el hecho de que no se reproduzca a nuestro antojo? Proclamar el derecho de todos a algo que no se sabe c�mo d�rselo es una puerilidad. Pero es un hábito de nuestra cultura el elevar lo que son meros objetivos deseables a la categor�a de �derechos�, castigando el fracaso como si fuese un delito. Todos queremos una vida mejor para los brasile�os, pero quien pretenda persuadirnos de que la conquista de esa vida es algo f�cil por naturaleza, que el no haberla alcanzado es una anormalidad, una injusticia, un crimen, ese tal es un mentiroso, un farsante que busca medrar en la vida mediante el arte de la intriga y que encima tiene la desfachatez de insinuar que las que son deshonestas son las dem�s ramas de la industria.

La teor�a de Peyrefitte no es absolutamente segura, pero es la que mejor ha resistido a las objeciones. Si en Brasil no quieren prestarle atenci�n es por un motivo muy sencillo: afirma la necesidad imprescindible de un clima general de confianza, en la que los controles jur�dico-policiales y monopolistas ceden su sitio a mecanismos �nicamente culturales de incentivo a la libre iniciativa popular. Ahora bien, en Brasil eso es impracticable porque nuestros pol�ticos e intelectuales est�n empe�ados en aumentar su poder mediante unas campa�as de diseminaci�n de la sospecha que induzcan al pueblo a aceptar m�s leyes, m�s control, m�s burocracia. Ellos llaman a eso ��tica�, �lucha contra la miseria�, y hasta �cristianismo�. Yo lo llamo liquidaci�n maliciosa y ego�sta de una oportunidad de �xito.