�Qu� es el fascismo?

Olavo de Carvalho

O Globo, 8 de julio de 2000

Benito Mussolini resumi� la doctrina fascista en una regla concisa: "Todo para el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado." En Brasil, si est�s en contra de esa idea, si est�s a favor de la iniciativa particular y de las libertades individuales, en seguida aparece un chimpanc� acad�mico que saca de ah� la espl�ndida conclusi�n de que eres Benito Mussolini en persona. Y no cometas la imprudencia de imaginar que esa reacci�n es demasiado pueril como para poder enga�ar al resto del bando de monos. Cuando menos te lo esperas, un griter�o de odio c�vico surge de entre el p�blico, y una flota de micos, lemures, babuinos, orangutanes y gibones se precipita sobre ti, a mordiscos, piadosamente convencida de que est� destruyendo, para el bien de la humanidad simia, a un peligroso fascista. Cuidado, por tanto, con lo que dices por ah�. No puedes hacerte idea de la autoridad intelectual de los chimpanc�s en la tierra del mico-le�n.

En verdad, la idea oficial de "fascismo" que se transmite en nuestras escuelas no tiene nada que ver con el fen�meno que en la ciencia hist�rica lleva ese nombre. Dicha idea es una repetici�n fiel, devota y literal de las f�rmulas de propaganda concebidas por Stalin al final de la d�cada de los 30 para borrar a toda prisa la ra�z com�n de los dos grandes movimientos revolucionarios del siglo y lanzar al olvido la universal mala impresi�n dejada por el pacto germano-sovi�tico. Seg�n esa versi�n, el fascismo y el nazismo surg�an como movimientos "de extrema-derecha", creados por el "gran capital" para salvar "in extremis" al capitalismo agonizante. Es maravilloso imaginarse a aquellos banqueros jud�os de Berl�n, reunidos en comisi�n m�dica alrededor del lecho del r�gimen moribundo, hasta que a uno de ellos se le ocurre la genial soluci�n: "�Est� chupao, t�os! Inventamos la extrema-derecha, �sta nos manda al campo de concentraci�n, y santas pascuas: est� a salvo el capitalismo."

Sin embargo, los or�genes y la naturaleza del fascismo no son ning�n misterio para quien est� dispuesto a estudiarlos en aut�nticos libros de Historia.

Todas las ideolog�as y movimientos de masas de los dos �ltimos siglos han nacido de la Revoluci�n Francesa. Han nacido de ella y ninguno contra ella. Las corrientes revolucionarias han sido substancialmente tres: la liberal, interesada en consolidar nuevos derechos civiles y pol�ticos, la socialista, que ambicionaba extender la revoluci�n al campo econ�mico-social, la nacionalista, que so�aba con un nuevo tipo de v�nculo social que reemplazase la antigua lealtad de los s�bditos al rey y que acab� encontr�ndolo en la "identidad nacional", en el sentimiento casi animista de una uni�n solidaria fundada en la unidad de raza, de lengua, de cultura, de territorio. La s�ntesis de las tres fue resumida en el lema: Libertad-Igualdad-Fraternidad.

La conjura igualitarista de Babeuf y su aplastamiento marcaron la ruptura entre los dos primeros ideales, anunciando doscientos a�os de enfrentamiento entre revoluci�n capitalista y revoluci�n comunista. Que cada una acuse a la otra de reaccionaria es lo m�s natural: en la disputa del poder entre los revolucionarios, gana el que logra limpiar mejor su imagen de toda contaminaci�n con el recuerdo del "Ancien R�gime". Pero para limpiarse del pasado hace falta ensuciarlo, y en esto compiten, con creatividad transbordante, los propagandistas de ambos lados: las tierras de la Iglesia, garant�a de subsistencia de los pobres, se convierten retroactivamente en hedionda explotaci�n feudal; la prosperidad general francesa, causa inmediata del ascenso social de los burgueses, se transforma en el mito de la miseria creciente que habr�a causado la insurrecci�n de los pobres; la expoliaci�n de los peque�os propietarios por parte de la nueva clase de bur�cratas que substituir�a a las administraciones locales (y que adhiri� en masa a la revoluci�n) se convierte en un crimen de los se�ores feudales. La imagen popular de la Revoluci�n todav�a se basa ampliamente en esa grandes mentiras, a cuya credibilidad contribuy� el hecho de que fuesen pregonadas simult�neamente por dos partidos enemigos.

La tercera facci�n, nacionalista, pasa a encarnar casi monopol�sticamente el esp�ritu revolucionario en la fase de la lucha por las independencias nacionales y coloniales (Brasil naci� de eso). La mancomunidad con las otras dos se transforma, poco a poco, en rivalidad y hostilidad abiertas, incentivadas, aqu� y all�, por las alianzas ocasionales entre los revolucionarios nacionalistas y los monarcas locales destronados por el imperio napole�nico.

Hacia finales del siglo XIX, las revoluciones liberales hab�an acabado, los reg�menes liberales entraban en la fase de modernizaci�n pac�fica. El liberalismo triunfante pod�a ahora reabsorber los valores religiosos y morales supervivientes del antiguo r�gimen, vueltos inofensivos por la supresi�n de sus bases sociales y econ�micas. Al liberalismo ya no le importaba personificar la "derecha" a los ojos de las dos rivales revolucionarias, rebautizadas como "comunismo sovi�tico" y "nazifascismo". As� empez� la lucha a muerte entre la revoluci�n socialista y la revoluci�n nacionalista, en la que cada una acusa a la otra de complicidad con la "reacci�n" liberal.

Esa es la historia. El lector es libre para intentar orientarse entre los datos, siempre complejos y ambiguos, de la realidad hist�rica, o para optar por las simplificaciones mutiladoras. La primera opci�n har� de �l un pesado, un perverso, un autoritario, que siempre est� exigiendo que las opiniones, esas revoloteadoras criaturas de la libertad humana, sean atadas con cadenas de plomo al suelo gris de los hechos. La segunda opci�n tendr� la ventaja de convertirlo en una persona simp�tica y comunicativa, bien aceptada como igual en la comunidad charlatana y saltante de los monos acad�micos.