La imitaci�n de la filosof�a
Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 6 de julio de 2000
Ya coment�, en el Jornal da Tarde del 13 de mayo de 1999, la declaraci�n de Do�a Marilena Chau�, de que se hab�a dedicado a estudiar las obras de Espinosa porque, tras haber buscado durante su adolescencia una garant�a para poder "vivir sin culpas", hab�a acabado descubriendo, en una conferencia de Bento Prado Jr., una filosof�a que, seg�n el orador, le promet�a exactamente eso. Mostr� all� la identidad estricta entre el rechazo del sentimiento de culpa y la abdicaci�n de toda conciencia moral.
Pero hay en esa confesi�n algo m�s interesante a�n: la continuidad, pac�fica y sin problemas, que une una opci�n de adolescente al "opus magnum" de la catedr�tica jubilada que la endosa retroactivamente.
Es as� como se deciden en Brasil las vocaciones filos�ficas: primero la muchacha o muchacho escoge la opini�n que le gusta y, cuando encuentra una filosof�a que la confirma, se dedica el resto de su vida a demostrar que se trata de una filosof�a realmente formidable.
En contraste con la precocidad doctrinaria brasile�a, la vida de casi todo aut�ntico fil�sofo que la Historia registra est� marcada por un paso cr�tico, en plena madurez: volviendo del rev�s aquello en lo que hab�a cre�do alegremente en la juventud, el alma sincera descubre un aspecto m�s real de las cosas. La decepci�n genera la perplejidad y pone a la inteligencia sobre la pista de las cuestiones decisivas, excluidas por el entusiasmo de la fe juvenil. As� fue en la crisis antiplat�nica de Arist�teles, en el descubrimiento de Leibniz de la insuficiencia de su punto de partida cartesiano, en el giro antifichteano de Schelling, en la autocr�tica devastadora con la que Edmund Husserl refut� punto por punto el psicologismo de su tesis de doctorado.
Separados por el abismo de la crisis, los pensamientos del fil�sofo maduro difieren de sus opiniones juveniles exactamente como, "mutatis mutandis", Dom Casmurro difiere de A M�o e a Luva. Todo es cuesti�n de bajar a los infiernos, nel mezzo del cammin di nostra vita... Sin ese paso, no hay c�mo discernir entre la filosof�a y su imitaci�n escolar. Sin la auto-conciencia conquistada en el dolor y en la perplejidad del auto-desenmascaramiento, una carrera exitosa de fil�sofo acad�mico corresponde a aquella "vida no examinada" que, seg�n S�crates, es indigna de ser vivida.
Do�a Marilena, llegando a la culminaci�n de una larga adolescencia intelectual, durante la cual conserv� intacta su virginidad filos�fica hasta el punto de no ocurr�rsele ni siquiera la elemental obligaci�n de poner en cuesti�n su m�s que precipitada opci�n de "vivir sin culpas", tiene por fin la oportunidad de abandonar sus ilusiones, precisamente porque, al haber bebido hasta la saciedad el n�ctar de una gloria equivocada y falaz, queda libre para intentar hacer lo que hasta ahora s�lo aparent� hacer.
En pocas personas, como en ella, un genuino talento ha crecido entrelazado con la mala hierba de una tan completa liviandad intelectual. Si el talento produjo en la amalgama insensata de "A Nervura do Real" algunos "morceaux de bravoure" - como por ejemplo la especulaci�n en torno al arte de la �ptica como modelo inicial del mundo espinosiano --, la liviandad lo echa todo a perder cuando utiliza a Espinosa como pretexto legitimador de las opciones pol�ticas y morales (o amorales) adquiridas ya preparadas en su juventud y mantenidas a salvo de cualquier examen de conciencia.
Es tambi�n la liviandad la que hace que, cuando es acosada por el cr�tico que destaca el car�cter mistificador de algunos de sus escritos, huya del problema y busque abrigo tras insinuaciones mal�volas, imputando a ese cr�tico una agenda pol�tica secreta y v�nculos grupales que ni tiene ni podr�a tener, como atestiguar� todo aquel que le conozca de cerca.
Todo lo que su pretensi�n juvenil pod�a desear, Do�a Marilena ya lo ha conquistado. La suprema satisfacci�n de la fatuidad ha llegado con la consagraci�n medi�tica de un libro que nadie lee, con la alabanza ficticia de los cr�ticos que, sabi�ndose incapaces de juzgarlo por dentro, pero deseando enaltecer a su autora "per fas et per nefas", se apegan a las cualidades que observan en �l: el tama�o y el tiempo requerido para producirlo. Cuando Do�a Marilena afirma que el pensamiento de hoy toma como realidad primordial el "producto", eso es falso como generalizaci�n, pero rigurosamente verdadero como descripci�n de las reacciones de la cr�tica nacional a su propio libro. Nunca una obra ha sido tan alabada por el mero hecho de su presencia en el mercado, sin el m�nimo examen de su contenido.
El sacrificio de la conciencia en el altar de las apariencias alcanza ah� su punto culminante. No se podr�a desear m�s. Una vez satisfecho su apetito de futilidades, Do�a Marilena puede finalmente dar a sus cualidades un mejor destino.
Tal vez hasta empiece a filosofar.