Olavo de Carvalho
O Globo, 1 de julio de 2000
El ideario p�blico de la nueva "civilizaci�n mundial", que ha sido encargada a algunos despachos de planificaci�n estrat�gica y que se est� formando a nuestro alrededor con aires inocentes de un espont�neo resultado del progreso, est� formado por un conjunto de exigencias contradictorias, premeditadamente calculadas para rebajar el nivel de la conciencia de las masas a un estado de entontecida puerilidad en el que estar�n dispuestas a obedecer, con feroz entusiasmo, a las consignas m�s estrafalarias.
Desde Pavlov se sabe que la mente sometida a un constante bombardeo de est�mulos contradictorios se vuelve fl�cida, pasiva, incapaz de reaccionar con inteligencia y cada vez m�s d�cil a las insinuaciones emocionales cristalizadas en s�mbolos, lugares comunes y estereotipos verbales.
Tras cien a�os de investigaciones, la tecnolog�a de las comunicaciones permite hoy producir, a escala nacional y continental, las m�s s�bitas modificaciones del comportamiento, destruyendo culturas y tradiciones de la noche a la ma�ana e implantando de repente nuevos hábitos y valores, sin que las personas afectadas tengan la menor idea de qu� fuente provienen los directrices ni, mucho menos, de las implicaciones m�s obvias que esos cambios repentinos acarrear�n a sus vidas individuales y a la constituci�n pol�tica de la sociedad.
Y ser�a injusto atribuir a la prensa el monopolio de la utilizaci�n de los instrumentos de dominaci�n psicol�gica. En uno de los libros m�s impresionantes publicados en la �ltima d�cada, "Machiavel pedagogue ou le minist�re de la r�forme psychologique" (Paris, �ditions Notre-Dame des Graces, 1995), Pascal Bernardin demostr� que algunas t�cnicas desarrolladas en laboratorios de psicolog�a para la manipulaci�n de clientelas comerciales o pol�ticas fueron ampliamente utilizadas en la educaci�n de los ni�os, con el patrocinio de algunos organismos internacionales interesados en implantar una nueva pedagog�a cuyo objetivo ya no es el desarrollo cognitivo, sino la ingenier�a del comportamiento, destinada a moldear al perfecto ciudadano de la democracia populista mundial.
Entre nosotros, las investigaciones emprendidas por el profesor Nelson Lehmann da Silva, de la Universidad de Brasilia, est�n demostrando que las libros de texto aprobados por el Ministerio de Educaci�n y Cultura tienen cada vez menos contenido informativo y cada vez m�s adoctrinamiento pol�tico masivo, burdo, propio para el adiestramiento de fan�ticos y no para la formaci�n de seres humanos inteligentes.
Una vez alcanzado un optimum de disminuci�n del sentido cr�tico, la v�ctima est� lista para jurar que los eslogans m�s artificiales que le entraron por los o�dos anteayer brotaron de lo m�s profundo de su coraz�n, que matar y morir por ellos es el no va m�s de la libertad individual, que contrariarlos incluso superficialmente o lanzar sobre ellos la m�s discreta duda cr�tica es un brutal autoritarismo y un prejuicio retr�grado.
El consentimiento de la discusi�n racional disminuye a ojos vistas, siendo sustituido por un sentimiento de fusi�n emocional en un mar de aspiraciones vagas y de deseos pueriles, fuertemente impregnados de palabras m�gicas repetidas hasta la saciedad. La progresiva insensibilidad a las contradicciones disminuye el sentido l�gico hasta el punto de que la mente s�lo acepta doblegarse a fuerza de propaganda sumaria, sinti�ndose tanto m�s libre cuanto m�s subyugada, y ofrece la m�s viva resistencia a la discusi�n l�gica, acus�ndola, parad�jicamente, de "imposici�n autoritaria", de "manipulaci�n ret�rica", y oponi�ndole, como �nica forma de argumentaci�n v�lida en una democracia, la repetici�n hist�rica de f�rmulas peyorativas aprendidas de memoria.
Que ese estado de abyecta esclavitud mental no afecte s�lo a las masas populares, sino - y sobre todo � a los j�venes universitarios, a los intelectuales y a los mismos profesionales de la prensa, es se�al de que desde hace bastante tiempo la formaci�n acad�mica ha dejado de tener algo que ver con el cultivo de la inteligencia independiente y ha sido rebajada a un mero adiestramiento del ciudadano para aceptar el esp�ritu de reba�o como encarnaci�n suprema de la libertad humana.
La idea de la libertad de pensamiento, y por tanto la del valor personal inherente a su ejercicio, sufren ah� una extraordinaria mutaci�n. Personas que sin el menor riesgo, antes bien con el total respaldo y protecci�n de la prensa, de la TV, de grandes empresas, de organizaciones internacionales y del Estado, repiten alegremente en grandes titulares los eslogans de moda, son alabadas como ejemplos de valent�a libertaria, mientras que quienes s�lo tienen c�mo protestar a trav�s de tabloides de reducida circulaci�n son estigmatizados como "clase dominante", "portavoces del poder", "elite opresora", etc.
Un ciudadano creyente, al proclamar su fe, debe hoy tener sumo cuidado para no herir susceptibilidades y no sufrir un proceso, mientras que una manifestaci�n gay se puede permitir los m�s insolentes ultrajes al sentimiento religioso sin que la prensa vea en ello nada m�s que una sana celebraci�n del "esp�ritu de la tolerancia". De qu� tolerancia se trata, lo sabemos todos: la mera opini�n de que un apetito sexual no puede tener en la escala moral el mismo valor que la asc�tica, que la santidad o que el martirio, ser� hoy un�nimemente reprimida como hedionda doctrina nazi - y la conjugaci�n universal de esfuerzos para acallar al que la emita ser� celebrada como una victoria de la libertad de pensamiento sobre las tinieblas de la censura y del oscurantismo.
El consenso general en la inversi�n de la realidad llega ah� al punto de constituir un testimonio diab�lico contra la inteligencia humana. Incluso personas que en el fondo son perfectamente conscientes de las proporciones reales de las fuerzas en juego tienen dificultad para adaptar su visi�n de las cosas a los hechos conocidos. La fuerza de sugesti�n del vocabulario general es irresistible. S�lo un escritor muy avezado y muy sensible es capaz de obligar a las palabras a expresar sus percepciones aut�nticas y personales. El ciudadano medio no dispone m�s que de lugares comunes copiados de los medios de comunicaci�n, creados para repetir lo que est� en la boca de todo el mundo: al no conseguir decir lo que ve, acaba, retroactivamente, viendo lo que dice.