La naci�n contra el crimen, o primor de inocuidad
Olavo de Carvalho
�poca, 24 de junio de 2000
El Plan Nacional de Seguridad P�blica se reduce a medidas irrelevantes y a decisiones suicidas
La mitad de los puntos que el presidente de la Rep�blica destac� al anunciar su plan de combate a la criminalidad no tienen nada que ver con la criminalidad.
Nadie puede estar en contra de la iluminaci�n de las periferias y las barracas, pero ni miles de millones de vatios de luz podr�n hacerme ver qu� da�o puede causar dicha iluminaci�n a las bandas que ejercen all� su poder a plena luz del d�a.
Incluir centros de deporte y de esparcimiento en un plan de combate al crimen indica que se admite la teor�a - del eminente psic�logo Dr. Leonel Brizola - de que las personas se dedican a matar a sus semejantes porque no tienen d�nde jugar al f�tbol.
Completar los puestos vacantes de la administraci�n p�blica o tomar iniciativas generales bajo el nombre de "modernizaci�n" y de "reorganizaci�n" son medidas c�clicas, independientes del aumento o de la disminuci�n del n�mero de cr�menes.
La impresi�n que me da es que el gobierno simplemente ha echado mano de algunas ideas dispersas que ya estaban a punto de ser adoptadas en varios campos y, frente a la conmoci�n nacional por la profusi�n de cr�menes, las ha reunido a toda prisa bajo la enf�tica denominaci�n general de Plan Nacional de Seguridad P�blica.
El plan s�lo abandona el campo de la perfecta inocuidad para entrar en el de las decisiones temerarias y virtualmente suicidas, de las que dos son particularmente espantosas. Suspender la concesi�n del porte de armas es el incentivo m�s tremendo que ha recibido jam�s el comercio ilegal de tales instrumentos. La utilizaci�n directa de las Fuerzas Armadas en el combate al crimen es en s� mismo un crimen, que corre el peligro de desmantelar lo que queda de dichas instituciones.
Fiel a mis funciones de an�lisis y de cr�tica, odio dar sugerencias sobre posibles soluciones, pero la confusi�n en el �rea de la seguridad ya ha llegado a tal punto que no me resisto al impulso de sugerir algunas cosas. Por ejemplo: en vez de rebajar a las Fuerzas Armadas a un elemento auxiliar de las polic�as, el gobierno deber�a restaurar inmediatamente la Inspector�a General de las Polic�as Militares, que sirvi� para reprimir significativamente la corrupci�n policial. En vez de prohibir el comercio de armas, habr�a que incentivarlo, condicionando la concesi�n del porte al compromiso del usuario a someterse a un entrenamiento especializado para servir de auxiliar, cuando fuese convocado, en operaciones policiales en su �rea de residencia. Eso difundir�a entre los ciudadanos el sentido de responsabilidad personal en la seguridad p�blica, adem�s de apartar de la tentaci�n de las armas a los ineptos y faltos de preparaci�n.
Pienso que esas ideas pueden ser �tiles. Pero pueden estar equivocadas y, adem�s, no son lo esencial. Lo esencial y cierto depende de nosotros, periodistas, escritores, intelectuales, profesores, artistas - los gerentes de los ideales colectivos y de los valores que mueven la Historia. Si cada uno de nosotros no hace un examen de conciencia, distinguiendo con palabras y acciones lo que es el deseo sincero de combatir el bandidaje y lo que es un prop�sito camuflado de incentivarlo para, a continuaci�n, hacer de �l una excusa para la cr�tica p�rfida, un arma para la demolici�n de las instituciones y para la instauraci�n de nuestras lindas utop�as, nos convertiremos, si es que ya no lo somos, en una poderosa causa secreta del incremento imperial del crimen. Y ning�n plan policial nos impedir� esparcir, por cada bandido preso, diez o veinte por las calles.