En torno a Celso Pitta

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 22 de junio de 2000

No me gusta Celso Pitta ni le vot�. Su explotaci�n descarada del color de su piel en la propaganda electoral hizo que entrase, definitivamente, en mi index candidatorum prohibitorum particular. Pero el proceso de su impeachment es una payasada en toda regla, que, con la excusa de castigar al mal representante para salvar al sistema que representa (es la excusa de siempre), empez� destrozando de entrada las ideas de justicia, ley, autoridad y raz�n, todo lo que constituye la esencia del orden.

El asunto fue un error desde su ra�z. Al encaminar a la C�mara Municipal la instancia para que se constituyese la comisi�n procesal, el presidente local de la Organizaci�n de los Abogados de Brasil (OAB) - cuyo nombre he olvidado y no quiero recordar - anunci� a la prensa, con el aire de sapiencia propio de los portavoces de ese auto-constituido poder moderador, que el concejal que no votase a favor de la petici�n ser�a incluido, en un requerimiento ulterior, entre los sospechosos de implicaci�n en las tramas �p�tticas�.

Por primera vez en la historia del derecho un querellante, al solicitar a la autoridad la investigaci�n de un delito, acusaba a �sta, en el mismo acto, de virtual complicidad en dicho delito.

Yo no contratar�a a ese abogado ni para defenderme de una multa de tr�fico indebidamente puesta por un guardia �vido de propinas. Me dar�a miedo que, en su petici�n, el desastrado picapleitos recurriese al siguiente argumento para convencer al juez: "Si Su Se�or�a no anula esta multa es porque est� sacando alguna tajada."

El pa�s en el que una denuncia de delito ya incluye entre los sospechosos a la autoridad a la que se pide su investigaci�n no tiene, obviamente, ning�n orden jur�dico. S�lo tiene una jerarqu�a de mando basada en el poder del chantaje medi�tico. Tanto es as�, que la propia C�mara Municipal, en vez de devolver su petici�n al malcriado, se apresur�, temerosa, a darle lo que ped�a. Una asamblea que tiene uno, dos o cincuenta corruptos est� deshonrada durante todo el tiempo que tarde en sacarlos de su medio. Una asamblea que se curva ante una amenaza insolente y absurda incurre en deshonra definitivamente, queda deshonrada estructuralmente. Confiesa, abiertamente, que s�lo acepta investigar para no ser investigada.

Si el alcalde les est� dando un ba�o a sus acusadores, eso no demuestra tanto que �l sea inocente de las sospechas de corrupci�n como que ellos son culpables de practicar una falsa moral, en la que a cada uno le importa m�s husmear con suspicacia los actos ajenos que gobernar los suyos propios con justicia y sabidur�a.

Por lo general, el ansia de "�tica", en cuyo nombre desde hace doce a�os este pa�s est� sometido a una estresante sucesi�n de crisis y de sobresaltos, no es m�s que una excusa estrat�gica para producir este resultado espec�fico: desmantelar el poder elegido e imponer en su lugar la autoridad legislativa y judicial de los medios de comunicaci�n y de los autonominados representantes de la sociedad civil. Pero esa destrucci�n sistem�tica del proceso de legitimaci�n electoral no es un hecho aislado: va acompa�ada, en el �mbito rural, de maquinaciones destinadas a reconocer como coadyuvante de la autoridad p�blica, en las investigaciones criminales, a una organizaci�n sin registro legal y cuya actividad consiste �nicamente en invasiones, robos y violencias varias.

Por debajo de la estructura del Estado, ya ha sido constituido un nuevo sistema de poder e, informalmente, gobierna el pa�s. Las elecciones s�lo sirven para legitimarlo ex post facto o, cuando contrar�an sus deseos, para ser anuladas mediante la movilizaci�n masiva de la industria del esc�ndalo.

Un pueblo tiene que estar muy atontado e hipnotizado para no advertir que ese estado de cosas es infinitamente m�s grave y m�s alarmante que todos los casos individuales de corrupci�n juntos y multiplicados por mil.

Los corruptos s�lo ambicionan dinero y, corrompiendo algunas piezas del sistema, no impiden que el conjunto siga funcionando. Los revolucionarios no se conforman si no es con corromper y destruir todo el sistema para conseguir el poder total. Ellos est�n haciendo eso delante de nuestras mism�simas narices, con la colaboraci�n de miles de ingenuos bien intencionados que se conmueven hasta las l�grimas con s�lo escuchar la palabra "�tica" y que se dejan manipular con la conciencia tranquila del scout que realiza su buena acci�n diaria.

La ingenuidad de esos colaboradores se funda en su incultura, en su falta de preparaci�n, que los convierte en v�ctimas d�ciles en manos de intelectuales versados en estrategia leninista y en las t�cnicas de la "revoluci�n pasiva" de Antonio Gramsci. Cuando decidan informarse, ser� demasiado tarde.