Los huelguistas y la neurosis

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 8 de junio del 2000

El fallecido Carlos Lacerda era un loco, pero no era bobo. Cuando se escapaba de los guardias de seguridad para unirse �l solito a los huelguistas enfurecidos o a los presos en rebeli�n, sab�a que su valor suicida era una provocaci�n irresistible al sentido del honor de unos hombres duros. Cualquiera de ellos que le pillase s�lo, en un callej�n sin salida, no dudar�a en hacerle trizas.

Reunidos a miles, les inhib�a su propia superioridad num�rica. Eran leones. No iban a precipitarse, como hienas, sobre un adversario solo y desarmado. Ante la insensatez sublime del domador, los recelos de las fieras se deshac�an: el odio se convert�a en respeto.

Pero los tiempos han cambiado. Ni el gobernador M�rio Covas es Carlos Lacerda ni los huelguistas con los que se enfrent� son agitadores honrados. �l no tiene el control de la situaci�n, ellos no tienen el sentido de la lealtad militar. Ni �l es un domador, ni ellos son leones. �Ser�n hienas? Compararlos a los animales es inexacto. Los animales no tienen la malicia de atraer sobre s� la piedad que niegan a un hombre viejo, enfermo y reci�n operado. Entre lobos, el que baja el hocico desarma autom�ticamente al m�s fuerte. La �tica de nuestros profesores no llega a tales alturas. "Pap�, no le pegues. Es mi profesora", lloriqueaba una pancarta, ideada para disuadir a la Tropa de Choque. Ellos saben, cuando les interesa, apelar al sentimiento de la familia - ese mismo sentimiento que intentan extirpar de las almas de nuestros hijos, fomentando en su lugar la rebeli�n ed�pica contra la autoridad.

Sin embargo, esa muchedumbre infame que dos docenas de porras levantadas son suficientes para hacer echar a correr, esa muchedumbre que pasa del temor abyecto a los gru�idos amenazadores ante la visi�n tentadora del adversario indefenso, esa muchedumbre es la que tiene la misi�n de ense�ar a nuestros hijos la �tica y los buenos modales.

Por eso, en las �ltimas d�cadas, los principios espont�neos de la moral natural - ser digno, servicial y bueno � han sido substituidos en la boca, si no en el alma, de los ni�os brasile�os, por los t�picos de la propaganda pol�tica. Por eso nuestros hijos ya no saben que queda muy feo pelear cinco contra uno, pero saben deletrear de memoria los eslogans del perfecto ciudadano pre-fabricado:

"C�rcel para los corruptos", "eliminar las diferencias sociales", "combatir la discriminaci�n", etc.

Miles de Pittas no acarrear�an a la conciencia moral de este pa�s un da�o comparable al que nos llega por medio de esas profesorillas enrag�es.

Es gente de ese tipo la que mantiene a la Naci�n en sobresalto con sus clamores de "��tica!" y una insaciable hambre de cabezas. Para agradar a esa ralea, la clase pol�tica, desde hace 12 a�os, vive en un pat�tico ritual de auto-destrucci�n que, con la excusa de "purificar las instituciones", las debilita hasta el punto de transformar en hábito banal - un derecho del ciudadano - invadir edificios p�blicos, desacatar �rdenes judiciales y, last not least, pegar a quien ha sido elegido para recibir.

Si el gobernador herido prefiere contemporizar, diciendo que los que le agredieron "no son profesores", es porque le falta, junto con la sobrante valent�a f�sica, el coraje moral de declarar la verdad. S� que son profesores, s�, representativos de la mentalidad pedag�gica - instilada en ellos por el propio Ministerio de Educaci�n - para la que la suprema funci�n de la escuela es entrenar militantes, es encender en las almas infantiles el desprecio a la moral familiar, el narcisismo que no acepta l�mites a la demanda de satisfacciones, el odio revolucionario que se arroga todos los derechos contra el "Estado burgu�s". Tan representativos son, que ning�n mando huelguista tom� la iniciativa de repudiar p�blicamente sus actos. El gobernador lo sabe, pero es m�s c�modo dejarse pegar que abjurar de la mentira sobre la que construy� su vida. Pues qui�n instig� las violencias del jueves no fue s�lo el PT. Fue toda la generaci�n de bellas almas que, desde la amnist�a, ocuparon el escenario pol�tico para brillar como encarnaciones de la luz y del bien. Los Covas, los Serras, los Gregoris, los Paulos Evaristos, los Fernandos Henriques Cardosos fueron los profesores de esos profesores. Fueron ellos los que, prometiendo moralizar la pol�tica, politizaron la moral. Fueran ellos los que ense�aron a esa gente a exigir m�s �tica a los pol�ticos que a s� mismos.

Fueron ellos los que les inocularon esa mezcla de envidia, rencor y autocompasi�n que no pod�a dejar de explotar, antes o despu�s, en convulsiones de odio hist�rico disfrazadas de ret�rica igualitaria.

Quien produce la causa tiene que soportar el efecto. Quiz� por eso el gobernador se someti� a una humillaci�n evitable. Igor Caruso, el gran psicoanalista, dec�a que las neurosis nacen de un instinto reprimido de equilibrio moral, que se restablece al margen de la conciencia mediante extra�os e in�tiles gestos de auto-castigo.