Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 25 de mayo de 2000
En Brasil se entiende por coherencia la unidad de un conjunto de actitudes - y ni siquiera de actitudes generales, sino espec�ficamente pol�ticas -, que deben permanecer constantes a lo largo de la vida y colorear con su peculiar tonalidad todas nuestras opiniones sobre deportes y culinaria, f�sica cu�ntica y vida familiar, creencias religiosas y adiestramiento de animales. Pues bien, eso no es coherencia; eso es obsesi�n �mono-mani�tica�, es obstinaci�n en el error, es, en la mejor de las hip�tesis, falta de imaginaci�n. Pero, acostumbrados a la idea de que coherencia es eso, muchos lectores, incluso de las clases parlantes, y sobre todo de las m�s parlantes que son las de los escritores y profesores, leen todo en busca de esa unidad compacta que, seg�n creen, tendr�a que estar por detr�s de todo lo que un individuo diga sobre lo que sea. De juicios que �ste pueda hacer sobre determinados casos particulares a su alcance, sacan deducciones sobre lo que dir�a sobre todo lo dem�s y de ah� extraen lo que les parece ser la identidad ideol�gica del infeliz y se ponen a hablar de ella haci�ndose la ilusi�n de estar hablando de �l.
Es evidente que, despu�s de haber opinado sobre muchas cosas, un hombre pensante tiene que buscar la coherencia del conjunto, si no quiere dispersar sus neuronas en puro minimalismo. Pero la coherencia no puede darse a nivel de las opiniones espec�ficas tomadas de dos en dos; para encontrarla, hay que subir en la escala de la generalizaci�n y, enfrentando problemas l�gicos cada vez m�s espinosos a medida que se alcanzan los niveles m�s altos de universalidad, esbozar un sistema filos�fico. Quien no tenga fuerzas para construir uno puede al menos acercarse - o descubrir que se acerca - a alguno que ha encontrado ya hecho. Es cierto, adem�s, que puede haber un sistema filos�fico impl�cito e incluso semiconsciente por detr�s de opiniones espec�ficas.
Pero no es posible captarlo sin haber aprehendido antes todas las complejidades y los matices del pensamiento de un autor sobre diversos temas. Al no ser capaces de hacer eso, nuestros analizadores de turno en los medios de comunicaci�n y en la universidad cogen una frase y, como arque�logos que de un fragmento de cer�mica deducen una civilizaci�n entera, sacan de ah� las m�s incre�bles conclusiones no s�lo sobre las concepciones generales del autor sino tambi�n sobre su filiaci�n hist�rica a corrientes que, las m�s de las veces, le son perfectamente ajenas.
Por ese m�todo, un ilustre lector y opinante (incluso digo qui�n fue: el Dr. Lu�s Eduardo Soares), leyendo lo que yo escrib�a sobre un determinado acontecimiento local, concluy� que en mis concepciones generales yo era un fiel seguidor de Robert Nozick, un autor que nunca hab�a le�do y que, cuando lo le� con la esperanza de encontrar finalmente mi gur�, me pareci� completamente falto de inter�s.
A�adan a ese "modus legendi" el deseo de etiquetar, tan �til en las discusiones de bar, y tendr�n el retrato perfecto de lo que en este pa�s se entiende por debate de ideas.
Con frecuencia esa propensi�n al automatismo generalizador consiste en deducir de la cr�tica que un sujeto puede hacer a alguna cosa, su adhesi�n positiva a la cosa contraria, o mejor, a la cosa que, en el cat�logo de los t�picos admitidos, parezca su contraria. Si un sujeto est� en contra de la aspirina, es porque es adepto a la fiebre. Si maldice la lluvia, es partidario de la sequ�a. Si habla mal de la polic�a, es admirador de los delincuentes, y viceversa. Hecho eso, s�lo resta graduar cuantitativamente el diagn�stico. Si alguien habla mal del comunismo, es "de derechas". Si habla muy, muy mal, es de "extrema derecha". El resto de la deducci�n viene como sobre ruedas, por el sistema geom�trico de las progresiones, sin el menor esfuerzo mental: si es de derechas, es racista, si es racista, es machista, si es machista, es hom�fobo, y as� sucesivamente. Es incalculable lo lejos del asunto que puede ir a parar todo eso. Yo mismo ya he tenido oportunidad de ser llamado "hom�fobo" por haber escrito algo contra el Dr. Jos� Carlos Dias, cuyas preferencias sexuales, a parte de que no eran puestas en discusi�n en aquella ocasi�n, deben ser, conforme todo indica, de las m�s conservadoras.
Curiosamente, en general las personas que hacen m�s ese tipo de juicios son las que m�s vociferan contra los "prejuicios", sin darse cuenta de que su propia mentalidad es �prejuzgadora� desde su ra�z. Pues adivinar una creencia general por detr�s de opiniones aisladas que no tienen con ella un nexo indisoluble de implicaci�n rec�proca es, en rigor, prejuzgarla.