Directamente del infierno

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 13 de abril del 2000

El clamor obsesivo de los intelectuales, de los pol�ticos y de los medios de comunicaci�n por la "supresi�n de las desigualdades" y por una "sociedad m�s justa" puede que no produzca, ni siquiera a largo plazo, ninguno de esos dos resultados o algo parecido. Pero, de inmediato, produce al menos un resultado infalible: hace creer a las personas que el predominio de la justicia y del bien depende de la sociedad, del Estado, de las leyes, y no de s� mismas. Cuanto m�s nos indignamos contra la "sociedad injusta", m�s nuestros pecados personales parecen diluirse en la iniquidad general y perder toda importancia propia.

�Qu� es una mentira aislada, una traici�n casual, una deslealtad concreta en el marco de la universal desverg�enza que los peri�dicos nos describen y que la c�lera de los demagogos condena con palabras fulminantes desde lo alto de los estrados? Es una gota de agua en el oc�ano, un grano de arena en el desierto, una part�cula errante por las galaxias, un infinitesimal ante el infinito. Nadie lo va a ver. Pequemos, pues, con la conciencia tranquila, y discursemos contra el mal del mundo.

Eliminemos de nuestro coraz�n todo sentimiento de culpa, carg�ndoselo a las instituciones, a las leyes, a la injusta distribuci�n de la renta, a los altos tipos de inter�s y a las hediondas privatizaciones.

S�lo hay un problema: si todo el mundo piensa as�, el mal se multiplica por el n�mero de palabras que lo condenan. Y, cuanto m�s malo se vuelve cada uno, m�s se inflama en el coraz�n de todos la indignaci�n contra el mal gen�rico y an�nimo, del que todos se sienten v�ctimas.

Hace falta ser un ciego, un idiota o un completo alienado de la realidad para no advertir que, en la historia de los �ltimos siglos, y sobre todo de las �ltimas d�cadas, la expansi�n de los ideales sociales y de la indignaci�n contra la "sociedad injusta" va acompa�ada con el descenso del nivel moral de los individuos y con la consecuente multiplicaci�n del n�mero de sus cr�menes. Y hace falta tener una mentalidad monstruosamente condicionada para negarse a ver el nexo causal que vincula la degradaci�n moral de los individuos con una �tica que les invita a mitigar sus culpas descarg�ndolas sobre las espaldas de un universal abstracto: "la sociedad".

Si un nexo tan obvio se les escapa a los examinadores y �stos se pierden en conjeturas evasivas de otras mil y una causas posibles, es por un motivo muy sencillo: la clase que promueve la �tica de la irresponsabilidad personal y de la inculpaci�n a generalidades es la misma clase encargada de analizar la sociedad y decir qu� pasa. La investigaci�n corre a cargo del criminal. Son los intelectuales los que, primero, diluyen el sentido de los valores morales, enfrentan a los hijos con sus padres, alaban la maldad individual y hacen de cada delincuente una v�ctima preparada para recibir indemnizaciones de la sociedad mala, y, despu�s, contemplando el panorama de la delincuencia general resultante de la asimilaci�n de los nuevos valores, se niegan a asumir la responsabilidad de los efectos de sus palabras. Entonces tienen que recurrir a subterfugios cada vez m�s sofisticados para conservar un aire de autoridades imparciales y cient�ficamente fiables.

Los cient�ficos sociales, los psic�logos, los periodistas, los escritores, las "clases parlantes", como las llama Pierre Bourdieu, no son los testigos neutrales y distantes, que quieren aparentar en p�blico (incluso cuando en familia confiesan ser reformadores sociales o revolucionarios). Son fuerzas activas de la transformaci�n social, las m�s poderosas y eficaces, las �nicas que tienen una acci�n directa sobre la imaginaci�n, los sentimientos y la conducta de las masas. Cualquier cosa que se degrade y se pudra en la vida social puede tener centenares de otras causas concurrentes, pre-dispositivas, asociadas, remotas e indirectas; pero su causa inmediata y decisiva es la influencia avasalladora y omnipresente de las clases parlantes.

Debilitar la conciencia moral de los individuos con la excusa de reformar la sociedad es convertirse en autor intelectual de todos los cr�menes - y luego, con redoblado cinismo, borrar todas las pistas. La culpa de los intelectuales activistas en la degradaci�n de la vida social, en la deshumanizaci�n de las relaciones personales, en la creaci�n de la criminalidad desenfrenada es, en su efecto global, ilimitada e incalculable. Quiz� por haberse ensuciado tanto, sus palabras de acusaci�n contra la sociedad tienen ese tono profundo y amedrentador que ante el p�blico ingenuo les confiere una apariencia de credibilidad. Nadie habla con m�s fuerza y propiedad contra el pecador que el demonio que le indujo a pecar. El discurso de los intelectuales activistas contra la sociedad viene directamente del �ltimo c�rculo del infierno.