La moral de Fray Betto

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 17 de febrero del 2000

�En un mundo en el que el lujo de los objetos merece una veneraci�n muy superior al modo con que son tratados millones de hombres y mujeres, en el que el valor del dinero es puesto por encima del de las vidas humanas y en el que las guerras funcionan como motor de prosperidad, es hora de que nos preguntemos c�mo es posible que cuerpos tan perfumados tengan mentalidades y pr�cticas tan hediondas. Y por qu� ideas tan nobles y gestos tan bellos florecieron en los cuerpos asesinados de Jes�s, Gandhi, Luther King, Che Guevara y Chico Mendes.� (Fray Betto.)

Este p�rrafo, publicado la semana pasada en la Folha de S�o Paulo por el famoso ex-fraile, es de �sos que dejan al lector en una situaci�n bastante penosa. La primera dificultad que se presenta ah� es la de explicar c�mo los bellos gestos de los mencionados m�rtires pudieron haber florecido �en sus cuerpos asesinados�, en vez de hacerlo en vida de los personajes. Porque, en definitiva, estar vivo es el presupuesto para poder hacer algo, bueno o malo.

En segundo lugar, la lista de lindezas morales citadas es ella misma inmoral. Pues, protestando contra la inversi�n jer�rquica que pone los bienes materiales por encima de los seres humanos, al mismo tiempo invierte mucho m�s radicalmente los valores, al nivelar como �gestos nobles� de igual talla el acto de dar la propia vida y el de quitar en masa la vida ajena. Si Jesucristo dijo que la perfecci�n del amor es morir por las criaturas amadas, el ex-ministro de Hacienda de Cuba, el Dr. Ernesto Guevara, no dej� para la posteridad ninguna otra ense�anza moral m�s que la que �l mismo resumi� as� con concisi�n casi b�blica:

�El odio es un elemento de la lucha � odio sin piedad al enemigo, odio que levanta al revolucionario por encima de los l�mites naturales de la especie humana y hace de �l una eficiente, calculadora y fr�a m�quina de matar.�

El valor de los hombres se mide no s�lo por sus actos sino tambi�n por sus ideales. Aquel que en un momento de exaltaci�n se deja llevar por el odio en vez de contenerlo mediante un esfuerzo consciente es un pobre diablo, v�ctima de pasiones naturales incontrolables. Pero aqu�l cuya ambici�n espiritual es cultivar ese odio homicida como disciplina interior, sacrificando la propia conciencia moral en el altar de la frialdad inhumana y vanaglori�ndose de levantarse, por ese medio, �por encima de los l�mites naturales de la especie�, es caracter�sticamente lo que en m�stica se llama un �asceta del mal�, un aspirante a demonio, alguien que ha optado libremente por rebajarse por debajo de los animales y convertirse en una personificaci�n viva de lo infra-natural. En todo el repertorio de las posibilidades humanas no hay otra m�s abyecta y despreciable.

Que el iniciado, transformado en eso, proclame a continuaci�n la necesidad de �no perder la ternura jam�s�, no es m�s que la inevitable y cl�sica compensaci�n melosa de la p�rdida de los sentimientos naturales. La l�grima de ternura desliz�ndose por un lado del ojo mec�nico de una �m�quina de matar� es, en efecto, el colmo del sentimentalismo grotesco, una caricatura sat�nica de la piedad humana.

Que la palabra �sat�nico�, ah�, no sea comprendida como un insulto o como un acento expresivo. Es un t�rmino t�cnico para designar precisamente aquello de lo que se trata. Cualquier estudioso de las m�sticas y de las religiones comparadas sabe que las pr�cticas de insensibilizaci�n moral son el componente m�s caracter�stico de las llamadas �iniciaciones sat�nicas�. Mientras el novicio cristiano o budista aprende a asumir primero el peso de su propio mal, despu�s el de los pecados ajenos y finalmente el mal del mundo, el asceta sat�nico, cuanto m�s incapaz se vuelve de sentir el mal que hace, tanto m�s se exalta en el orgullo de una sobre-humanidad ilusoria. En las etapas m�s avanzadas de esa jornada rumbo a la inconsciencia, el entrenamiento de las m�quinas de matar se vuelve, ante los ojos del aprendiz, moralmente indistinguible de la ense�anza evang�lica, igualando a Che Guevara y a Jesucristo.

Entonces, el p�rrafo de la Folha plantea al lector un problema tan inc�modo cuanto el de saber c�mo los hombres ilustres pudieron realizar gestos nobles despu�s de muertos: es el de adivinar si el ex-fraile ha escrito esas cosas a tontas y a locas, y s�lo porque las ha le�do en alguna parte, o si las ha sacado de un �saber hecho de experiencia�, o sea, si en su aprendizaje de revolucionario lleg� a desarrollar en su persona esas virtudes guevarianas que sit�an al ciudadano por encima de la especia humana y por debajo de la capacidad de hacer distinciones morales elementales. Al que le interese el ex-fraile que lo investigue. Yo no quiero ni saberlo.