Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 20 de enero de 2000
Hay dos maneras de criticar una idea o una propuesta pol�tica. La primera es hacerlo en nombre de la raz�n y de la experiencia hist�rica acumulada. La segunda es juzgarla en nombre de un ideal de sociedad futura. Luk�cs dec�a que s�lo esta segunda manera es leg�tima, pues s�lo puede percibir los males del presente, seg�n �l, quien est� interesado en construir el futuro. Pero eso es un t�pico juego de palabras marxista, pues no existe un futuro predeterminado: los futuros posibles lo son en n�mero indefinido, y es indeterminado el n�mero de im�genes que el presente mostrar� en esa colecci�n sin fin de espejos. Si hacemos depender del futuro nuestra visi�n del presente, s�lo hay un modo de escapar de la indecisi�n eterna: escoger entre esos futuros uno que sea de nuestro agrado y tomarlo arbitrariamente como medida del presente. Pero eso es hacer del gusto personal el juez supremo en los asuntos p�blicos, lo que nos coloca en la dif�cil contingencia de admitir la insignificancia de nuestra opini�n entre muchas otras, anul�ndola como si no hubi�semos dicho nada, o, por el contrario, de imponerla por la fuerza a todos los que no ven ninguna raz�n para aceptarla.
Juzgar en nombre del futuro es juzgar en nombre del propio ombligo.
Podemos, claro est�, argumentar a favor de nuestra elecci�n. Podemos alegar que �se es el mejor de los futuros posibles, que el mundo camina hacia �l inexorablemente, etc. Pero eso s�lo nos llevar� a una irracionalidad mayor a�n, pues, al no poder afirmar con certeza razonable cuando se realizar� ese futuro, ni si la Humanidad llegar� viva hasta all�, estaremos tomando como medida para el juicio del presente una hip�tesis a realizarse en plazo indeterminado � cosa que es, por decir lo m�nimo, pueril e irresponsable: juramos que �el futuro� ser� as� o asado y al mismo tiempo confesamos no saber ni siquiera cu�n futuro ser�. Es como decir que va a salir premiada tal combinaci�n en la loter�a primitiva, con la salvedad de que no se sabe si va a ser ma�ana, el a�o que viene o el �D�a de San Nunca Jam�s�. Querer tomar una imagen tan evanescente como fundamento inconcuso para juzgar una realidad concreta del presente es una actitud tan disparatada, que deber�a bastar para descalificar intelectualmente, ipso facto, a quien fuese pillado en ese flagrante delito.
He ah� por qu� no puedo tomar en serio, ni siquiera m�nimamente, a la izquierda intelectual, brasile�a o de cualquier otro lugar. Conforme ya he explicado en otro escrito (El Imb�cil Colectivo II), ser izquierdista es juzgar el presente a la luz del futuro; y es precisamente eso lo que permite a todo izquierdista cambiar de criterio y de discurso a cada nueva etapa, aplazando indefinidamente hacia el futuro el juicio de la veracidad de sus pretensiones, sin necesitar jam�s � literalmente jam�s � responder en el presente por las consecuencias de su pasado.
El izquierdismo es una completa perversi�n de la inteligencia, una abolici�n del sentido de lo real y de las conexiones de causa y efecto. Es el complejo de Peter Pan intelectual.
�Y el derechismo? Pues bien, es la izquierda la que establece la derecha, proponiendo para la p�blica execraci�n a los que, seg�n su entender, son los amos del presente y, por tanto, los herederos de las culpas pasadas. �stos reaccionan como pueden. En general se dejan contaminar por el esp�ritu futurista de la izquierda, disintiendo de la misma s�lo por la elecci�n de su futuro predilecto (la gloria nacional, el reino de Dios en la Tierra, la �paz perpetua�, etc.), y realizando respecto al presente la misma inversi�n de criterios que los izquierdistas hacen a su modo. No es de extra�ar que acaben imitando a los izquierdistas hasta en el vocabulario � dej�ndose infectar por el atractivo m�gico de la palabra �revoluci�n�, por ejemplo � y sobre todo en las t�cnicas (Hitler admiraba y copiaba los m�todos de Stalin). Entonces es dif�cil distinguirlos.
El �nico derechismo respetable es el que se niega a entrar en ese juego e hinca un pie en la realidad presente, otro en la experiencia del pasado, discutiendo con los izquierdistas como un adulto severo que trae de vuelta a la raz�n a un grupo de adolescentes turbulentos y presuntuosos. Era as� como Raymond Aron discut�a, y lo que m�s enfurec�a de �l a los izquierdistas era que ten�a la mala costumbre de tener raz�n. Sus enfrentamientos con Sartre fueron un duelo entre la sabidur�a y la vanidad. Sartre acab� mal, tirado a la basura por los mismos j�venes a los que procuraba pat�ticamente lisonjear. Perdi� lo que m�s deseaba: el aplauso. Aron gan� todo lo que quer�a: la prueba de que hab�a conocido la verdad. No acumul�is tesoros en la tierra.