Ralea con birrete

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 6 de agosto de 1998

Aunque no sea estrictamente verdad lo que pretend�a Karl Marx, es decir, que la condici�n social de los hombres determine su conciencia, a veces lo hace, y por lo menos es imprudente olvidarse de que puede imponer serios obst�culos al conocimiento. Es caracter�stico de los modernos acad�micos precaverse contra ese error en el estudio de todos los asuntos humanos, salvo en el de ellos mismos. Si hay un tema poco tratado en las investigaciones acad�micas, es el de las relaciones entre la estructura del poder universitario y las ideas dominantes entre estudiantes y profesores.

Sin embargo, no cabe la menor duda de que la organizaci�n social y econ�mica del trabajo intelectual condiciona en parte la tem�tica y los presupuestos de la investigaci�n y del debate, y no es posible que cualquier modelo de organizaci�n � sea la de los letrados chinos, sea la del clero medieval, sea la de la moderna burocracia acad�mica � deje a la mente totalmente libre de trabas para ver la verdad tal como es. Por eso es altamente conveniente que, en una misma �poca, coexistan varias modalidades de esfuerzo intelectual, sumando, por ejemplo, al trabajo colectivo de las academias las contribuciones de free lancers y outsiders. Dejar de lado o menospreciar a �stos �ltimos traer� como consecuencia la consagraci�n de la organizaci�n acad�mica como �nico canal permitido de actividad intelectual � y, cuanto m�s homog�nea sea la clase pensante, m�s proliferar�n en ella los errores consagrados como dogmas.

Por eso nunca me atrajo la profesi�n universitaria, inadecuada para una vocaci�n personal demasiado sui generis. El primer asunto que me interes� en esta vida fueron las religiones comparadas, de las que no hab�a cursos universitarios en Brasil y que todav�a son muy flojos entre nosotros. Fue la necesidad de aclarar ciertos problemas de teolog�a m�stica � isl�mica, para hacer la cosa m�s ex�tica todav�a � lo que me llev� a los estudios filos�ficos; y la b�squeda de una precisa diferenciaci�n entre el lenguaje de la m�stica, el de la poes�a, el de la filosof�a, etc., fue lo que me puso sobre la pista de la �teor�a de los cuatro discursos� (Arist�teles em Nova Perspectiva, Rio, Topbooks, 1997), que, si bien puede tener alg�n valor filos�fico independiente, para m� no es m�s que una etapa de un recorrido que empieza y acaba en la vida interior. C�mo podr�a yo adecuar ese trayecto a las exigencias de programas y cabecillas, es algo que supera mi imaginaci�n.

Tan ajenas son esas cuestiones a nuestro mundillo universitario que nadie, absolutamente nadie, en la universidad brasile�a, se molest� en discutir mis tesis, y, si alguno quiso decir algo al respecto, fue para dar el show de imbecilidad de aquella consejera de la SBPC que escrib�a �inveros�mel�, con �e�, y que confund�a a San Alberto Magno con San Gregorio Magno. Varias veces he advertido que todo nuestro primer escalaf�n acad�mico reunido no tendr�a fuerza suficiente para emprender una discusi�n seria sobre mi librito � y al decir eso no estaba siendo hiperb�lico en absoluto, sino que estaba haciendo una descripci�n exacta de un estado de cosas alarmante.

Para mayor complicaci�n, la teor�a de los discursos inclu�a estudios de argumentaci�n y persuasi�n, que despu�s apliqu� al an�lisis de mil y un debates de la actualidad, en art�culos de prensa cuya conexi�n �ntima con un trabajo filos�fico no fue notada por todos los lectores, a pesar de haberme referido a ella expl�citamente en el pr�logo de Como Vencer um Debate Sem Precisar Ter Raz�o (Topbooks, 1998). Y nunca la estupidez acad�mica qued� tan de manifiesto como en sus reacciones a esos art�culos. Cuando un figur�n acad�mico, pillado en flagrante delito de impostura intelectual, reacciona con insultos o insinuaciones, sin ni siquiera darse cuenta de que s�lo ha sido v�ctima de la aplicaci�n rigurosa de las distinciones l�gicas que tendr�a obligaci�n de conocer y de practicar, s�lo demuestra, con mayor �nfasis a�n, la situaci�n calamitosa de una ense�anza universitaria en la que faltan menos subvenciones que personas que se las merezcan.

En esas condiciones, la entrada en escena de un trabajador intelectual aut�nomo, no importa si simp�tico o antip�tico, pero capaz de renovar un cierto orden de estudios largamente abandonado en este pa�s, deber�a haber sido saludada como una ayuda providencial, cosa que no ha sucedido porque nuestra casta universitaria no tiene, para ello, ni el necesario amor al conocimiento, ni el suficiente desapego de vanidades corporativas.

Pero el medio acad�mico no tiene mala voluntad s�lo con los de fuera. Cuando se ve, por un lado, la indolencia con que ese c�rculo ha aplazado hasta ahora un examen del pensamiento urgente y reconfortante del profesor Roberto Mangabeira Unger, y, por otro, el entusiasmo indecente con que estudiantes azuzados por profesores de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) se lanzan a agredir con gritos y golpes a un rector que no es de su gusto � entonces se percibe la miseria de una casta tan empe�ada en huir de su deber como en mandar en lo que no es de su incumbencia.

�Vamos entregar el futuro de la inteligencia en Brasil a esa gente arrogante y burra, a esa ralea con birrete?